viernes, 12 de marzo de 2010

Introducción al estudio de las creencias populares


Que lindo, todo muy lindo. ¿Por qué, ya que estás, no vas y le rezas a Santa Gilda, al Cristo de la buena Muerte o a la Pompa Gira? Sí, yo se que te gustan todas esas pelotudeces, que cuando me voy a la tarde ponés cumbia al palo para lavar los pisos y que, en definitiva, no pasa noche sin que largues un lagrimon acordándote del quilombo en Misiones donde te conocí, medio en pedo, medio caliente. Yo sé que te gustan las ferias persas llenas de chucherías, y que cada vez que pasamos por un Gauchito Gil o una Difunta te persignas como si lo tuvieras genéticamente impregnado. El zorro pierde el pelo pero no las mañas, y en el fondo (bastante cerca de la superficie, por otro lado) seguís siendo flor de puta. Puta y radiante, sobrehumana, una cosa de otro mundo, no sé, de firulos platónicos que andarán dando vueltas por el topus uranus, tal cual me gustabas esos días en los que todavía me cobrabas; hembra cojuda forjada en la humedad de la selva, Venus en portaligas y sin tantos trámites, amazona con dos tetas.

Me acuerdo y me agarra como una cosa, mirá, que te cagaría a trompadas. Viste que siempre me dieron bronca tus cosas, tus cicatrices de la vida anterior, yo que soy un tipo más tirando al dioshamuerto, al Sartre querido que estás en el Montparnasse; me rechinan los dientes cuando ponés tiritas rojas o botellas con agua en la tranquera del rancho. Las que pasé por vos para sacarte, y ahora venís a traer tus dioses berretas a la mismísima entrada de mi refugio, en el que originalmente estoy para no tener que bancarme esas porquerías de los otros ¡Y vos la mensajera de la ignominia! Justo vos, puta de mierda.

Que se yo, si lo pienso en frío seguro hubiera aguantado tus estampitas entre mis libros unos años más, mientras la carne siga apetecible y te durase el amor. Pero después de la nota atrás de una lámina de que se yo que santo ya no, basta, esto es el acabose.

Así que me voy a tomar toda la caña con ruda esa que guardabas y, escopeta en mano, voy a inmolar un par de gallinas al lado de la vela que prendí en tu honor. Es que me da miedo bajarte del árbol así nomás, sin un poco de pompa; tan linda estás, como una virgencita aparecida a la siesta, ensangrentada, desnuda, el cuello quebrado en dos por el golpe de la soga. No sé cómo carajo te habrás subido tan alto en el palo borracho. Milagrosa, un prodigio de Nuestra Señora, atávica, terrible.

No te preocupes che, te hago un último favor y te construyo la ermita en la tranquera del rancho, al lado de la ruta y ¿quién te dice? Por ahí en unos años te pongo el santuario, con feria persa y todo, y los fieles te llevan de vuelta a Misiones como te traje yo esa vez: desnuda, toda cubierta de sangre.

M.C



Foto: el amigo Jesús transmutado en silla, sacada en una "feria persa" en Antigua Guatemala