viernes, 29 de marzo de 2013

Importantísimos estudios que hago en mi oficina III



Breve historia del amor I

Otro de esos larguísimos y pesados textos en los que hablo básicamente de mí mismo para satisfacer mi propio ego.

Por el humanista, hermeneuta y proxeneta de oficio, Mateo Green

(Presentado por primera vez como ponencia en las jornadas por el VI Aniversario del Club Literario para Amas de casa de Adelia Maria -CLAMAM-)


"¿Qué pienso del amor? - En resumen, no pienso nada. Querría saber lo que es, pero estando dentro lo veo en existencia, no en esencia, Aquello de donde yo quiero conocer (el amor) es la materia misma que uso para hablar (el discurso amoroso)." 
-roland barthes, fragmentos de un discurso amoroso, 'Comprender'-


"Mis versos están hechos para quien no tiene, pues sin tener nada yo fui siempre amante: como no tenía regalos, daba palabras." 
-Ovidio, El arte de amar, Libro II-


No, no me voy a poner en forro, no voy a citar a Nietzsche cuando dice que el sexo es una trampa que se nos tiende para perpetuar la especie, no voy a decir que no leí todos los poemitas cursis del mundo, ni que no se me piantó el lagrimon con una de esas peliculitas de ellanoloquiereaél; yo, señoras, soy un sentimentalista disfrazado. Ustedes, queridas amas de casa, las olvidadas estudiosas de las artes del amor, sabrán reconocerme como parte de su estirpe. A Nosotros, los miradores de la novela de la tarde: ¡salud!

Los peores somos los que nos rehusamos a hablar del amor (ya la palabra tiene una textura tonta) por pudores intelectuales o boludeces de clase; nosotros los cuerdos, los que tomamos nuestro discurso por las astas y lo direccionamos siguiendo el sendero de la Madre Lógica. Lo cierto es que, negándome por caprichos a reconocerlo (a decirlo), yo he vivido enamorado; hecho un tonto, un loco, un delirante ('delirio' viene de 'lira' que es el surco de la siembra, delirar es no poder sembrar en el surco, pero es sembrar al fin y al cabo).
A los trece años era flaco, bajo y con cara de nene. Tardé bastante en recomponerme y parecer un ser humano aceptable, es decir, un objeto de deseo. Pero mi pito y mi lenguaje (mis órganos sexuales) ya estaban lo suficientemente maduros y vivía de acá para allá
Dis-cursus es, originalmente, la acción de correr aquí y allá, son idas y venidas, "andanzas" e "intrigas". En su cabeza, el enamorado no cesa en efecto de correr, de emprender nuevas andanzas y de intrigar contra sí mismo. (barthes, op cit, Introducción)
leyendo patológicamente a Neruda, Benedetti, a la Storni y todo ese tipo de porquerías de lo más sentimentalistas. Me gustaba una, me gustaba otra, me gustaban todas. Me gustaba una perfecta imbécil que tardó un mes en contestar a la proposición con un rotundo No. Después, con un poco de tiempo y criterio en la elección, vinieron los besos más subidos de tono con una rubia alta, una morocha petiza que sonreía todo el tiempo y, la mejor por aquel entonces, una novia tetona que me dejaba desprenderle el corpiño a la orilla del río. ¡Ah! Qué belleza ser pendejo en un pueblo pampeano y andarse escondiendo de los hermanos y padres de chicas diversas que, con polleritas tableadas a la salida de un cumpleaños, se dejaban subir la mano hasta un poquito más de la rodilla, y a veces más.  Hembras perversas, gringas hijas de la inmigración, extrañas mezclas genéticas de algo que no era salvaje ni del todo domesticado, con expresiones de nada, como mirar el horizonte que no se termina nunca y hundirse desolado en el vacío de la pampa. Chicas de lo más lindas, de lo más tontas... Yo era tímido, pero no tanto; era feo, pero no tanto, con eso alcanzaba para no decir nunca a nada que no (a nada). Para vos, boluda, que me hiciste perder tiempo mientras retrasabas y negabas tu propio ingreso a lo que mejor tiene la vida para ofrecer: una terrible erección adolescente propiciada por una desconocida en la pared de una casa en construcción, una erección en el recuerdo que te dedico, soreta cagona. Perdón lo desconsiderado... A ustedes también les dedico mis erecciones, estimadas señoras, no se ofendan.

(Esperar risas)

Como a los diecisiete años me pasó algo. En un supermercado vi una chica de espaldas que seguí y perdí entre las góndolas. En la caja, y con un montón de botellas de cervezas que se me caían, me doy vuelta torpemente y veo unos ojos azules y una pequeña boca fruncida, como de desprecio. Tenía entre las manos un yogurt, y esa expresión de resentimiento de mujer bajada de un barco, arrastrada y alienada en un lugar desconocido, con un yogurt, como una ofrenda silenciosa, agarrado fuertemente con las dos manos. La imagen me cambió para siempre. Era el 'Rapto', al menos lo que barthes llama el Rapto: "Episodio considerado inicial (pero que puede ser reconstruido después), en el curso del cual el sujeto amoroso se encuentra raptado (capturado y encantado) por la imágen del objeto amado (flechazo, prendamiento)."
El rapto tiene, para barthes, primero el sentido mitológico del dios que rapta a la mortal o a la ninfa para violarla; pero aquí se invierte y el raptor es un sujeto pasivo, no hace nada, es su imagen la que rapta mi imaginario, mi discurso y me vuelve loco (las ninfas gritando ante la presencia de Pan: el pánico). La imagen que rapta es un "cuerpo en situación", que fascina sin más; "una partícula de práctica", un momento en el que, para cumplir con la tarea ancestral de ser raptado, el otro me sorprende con su imagen (su cuadro, su postura); me encuentra y me deja desprotegido en la intersección de un camino, en el claro de un bosque, entre las góndolas de los productos de limpieza. Ese cuadro habitará en la memoria y el discurso del amor lo actualizará continuamente. El rapto es el momento en el que el foco se cierra y no hay más rubias ni morochas atrás de un paredón, sino solo un objeto amoroso, poderoso en su redundancia discursiva (el enamorado repite la escena en su discurso una y otra vez). Es el gesto de Carlota cortando rebanadas de pan lo que rapta a Werther; como tal es un momento insignificante, pero tiene toda la violencia de lo primitivo, del hombre antes del hombre, cuando para asegurar la exogamia era necesario capturar a la pareja y traerla arrastrando a los golpes a consumar el acto del amor, en tanto que la escena toma a Werther por sorpresa y le pega un cachetazo... Tu amor de yogurt, de ama de casa en proceso, de resentimiento ancestral, tu amor de Nosotroslaclasemedia; qué lindo que me fui un día y no te vi nunca más, y te dejé ahí llorando en la puerta de tu casa y yo era tan jóven que no sabía cómo se hacía eso de irse al carajo así como así... Hasta la otra tarde que estabas, después de mucho, con un novio nuevo, carita de boludo, así como son los novios de las chicas como vos, que dejan que les elijas la ropa y le digas que lindo que estás mi amor, y te quise saludar y te hiciste la que no me veías o como si yo no estuviera, pero te vi que fruncías los labios con tu resentimiento de estirpe, tan consciente de mí como de tu noviecito que te miraba para ver qué pensabas de los zapatos nuevos...

(Pequeño silencio de reflexión)

Otro rapto: estábamos bailando y ella tiene el pelo tan negro, la cara tan blanca y los labios tan rojos que parece de mentira, como fabricada. Sin embargo nunca vi una cosa más real y viva, avasalladora. Se ríe con fuerza y muestra los dientes y se mueve de acá para allá dirigiendo su atención a lo que sea, sin importarle nada realmente. De repente se centra en mí; como si yo empezara a existir de golpe, como si ella me diese el derecho a existir. Sonríe y es tan oscura y perversa su forma de mirar que me siento desprotegido, acorralado, y un poco borracho... ¡Ah! ¡Si habremos conocido paredones y asientos de auto y colchones finos al lado de una estufa de cuarzo! Pero las buenas serpientes mudan de piel y había que seguir, y ser otros, para estar siempre vivos. Chau, no vuelvas nunca, no aparezcas si no es de casualidad ¿coger? Pero claro, si total vos sabés bien que eso no es volver; las tontas se quedan prendadas del sexo, vos casi nunca eras tonta. Hasta que un día te ví y habías perdido toda tu fuerza, mejor dicho: mi discurso había cambiado y me dió un poco de lástima, y nostalgia ("nosteo" es volver a la patria, "algia" es dolor; Odiseo sufre por Itaca porque no puede volver ¿o porque ha vuelto y ya no la reconoce?). Y los autos cambiaron de dueño, y alguien se olvidó la ventana abierta y los colchones se mojaron con la lluvia y florecieron en moho como jardines miniatura, y todas las estufas de cuarzo reventaron al mismo tiempo en un crujir de orgasmo fingido. No hubo final de novela de amor: ni me suicidé, ni te escapaste a un convento, ni apareció tu marido con un arma. El episodio amoroso que comienza con el rapto no tuvo fin, sino que decantó, como una nube radioactiva que, silenciosa y de a poco, cae corrosivamente sobre las personas. Así lloviznaste encima mio. Nadie lee novelas interminables en las que al final no pasa nada; la muerte por vejez es aburrida. Te equivocaste barthes.

(Mirar al techo con expresión de tristeza, acomodarse los lentes y volver al texto)

La locura es lo que vale para el amor. Ahí no se equivoca barthes que dice que desde el siglo XIX se considera a la locura como una experiencia de despersonalización: yo es otro; pero un sujeto amoroso es todo lo contrario: por no poderse sustraer de ser un sujeto es que se vuelve loco: yo no soy otro (el terror de no ser otro, de no poder escapar de mi: la flauta de Pan, de nuevo, sonando de fondo).

Y si no es en la locura, en el delirio, no se da la Novela Amorosa... Y así, unos años después, pasó la Novela... Pensé, durante mucho, que me volvía loco. No podía dejar de estar atado, sujeto. A vos te vi, curvada al Sol en el patio de casa con una maya negra, orgullosa de ser deseable, y fue como caer en una red luminosa, de esas que se dibujan en el agua de la pileta en verano, y hundirse profundo entre los peces y más allá, hasta la oscuridad de las fosas marinas de mi Pelopincho, donde el Sol no  llega, nunca (inicio del episodio amoroso: el Rapto). Acepté mi condición y me comporté como tal: hice escándalos, grité, sobreactué. Me desdoblo, soy dos: conozco mi locura y la relato juiciosamente a los ojos de los otros, a quienes doy explicaciones de lo irracional: estoy loco pero cuerdo porque puedo decirlo, solo que no puedo ser otro, otro que no está loco. No puedo.
Mi locura de amor es, sin embargo, incompleta, el enamorado esta loco pero es una locura inofensiva, explicada, "recuperada por la cultura" dice barthes, una locura que "no da miedo", a diferencia del esquizofrénico o el psicótico. ¿No da miedo? Gritos, llantos, llamadas en la madrugada, insultos, cosas que vuelan por los aires, Una temporada en el infierno de Rimbaud. Yo tuve miedo cuando, una de las tantas veces que armaba la valija a la madrugada y me iba para que me fueras a buscar al pasillo, y me hicieras volver (En la Escena hay, según barthes una "sustitución brusca de la agresión por el deseo"), me di cuenta de que yo sí era otro, que hacía rato que ya no podía (por pudor o carencia de palabras) contar mi locura de amor, apartarme de ella en mi cordura, en mi capacidad para explicarla. Yo ya no era Yo, me había vuelto débil y caprichoso, pusilánime, patético; ya no estaba "como loco", enamorado, estaba loco de verdad en el interior de esa locura simulada, como en cajas chinas: yo soy otro porque no soy otro, porque estoy sujeto a vos, que sos la Locura... (Momento de quiebre en la novela, el personaje tiene una ¿epifanía? y se da cuenta que ya no puede seguir, sin embargo: sigue, hasta que...) Más gritos y reproches y pedidos de explicaciones en una última llamada que terminó de golpe y nada, silencio absoluto, desenlace de novela rosa, con todo el acting pero en seco, absoluto (toque de vanguardia): el autor, confeso lector de barthes, quiere simbolizar el fin del discurso amoroso, el fin de un "lenguaje" -"(¿El punto más sensible de este duelo no es que me hace perder un lenguaje, el lenguaje amoroso? Se acabaron los 'Te amo') barthes, op cit, Exilio-, por lo que pone al personaje en situación de quedarse gritando a un celular silencioso y nada más, no hay mensajes, se acabaron las llamadas, los domingos de recetas elaboradas y las notitas escondidas en los libros; cese de toda comunicación de manera abrupta (¿o acaso ya venía el discurso de los personajes cayendo en fragmentos como un asteroide en la atmósfera, como Altazor el paracaidista, y esto no fue más que el duro reventar contra la tierra?). El autor utiliza la estructura de la novela de amor (Rapto-Locura-Exilio) pero el contenido es psicológico-lingüístico; no es de extrañar que el último capitulo, el del Exilio, abra con una cita de Freud: "El duelo mueve al yo a renunciar al objeto declarándoselo muerto y ofreciéndole como premio el permanecer con vida". Sin embargo, el autor no nos muestra el proceso del exilio en sí, esconde la introspección del personaje, su trabajo psíquico del asesinato del amor...

Pero... Mejor rebobinemos señoras, no es que no confié en su implacable inteligencia, capaz de llegar a fin de mes con el sueldo de un marido medio vago y cuatro chicos, pero siempre es mejor aclarar los conceptos a fin de no desentenderse con el público... ¿Qué es el Exilio como figura en un discurso amoroso? Si el Imaginario amoroso es una energía delirante, si la pasión es un delirio ¿qué hay después de eso?, "¿se entra en qué?" pregunta barthes. La muerte es un terreno desconocido, el enamorado que se va debe iniciar el duelo por la imagen perdida, pero esa muerte no es natural, el exilio es algo que se decide; la muerte de la pasión es siempre un asesinato. Muere una imagen, muere un lenguaje: espero una llamada de la que en realidad, decido exiliarme.

¿Y qué hace el personaje de nuestra Novela de Amor luego del exilio? ¿Qué habrá hecho con toda esa energía delirante, esa pasión ahora libre? Supongamos que primero hace lo obvio y se emborracha mucho y no se pierde noche, y persigue la Luna de nuevo como si tuviera dieciocho y le dice que si a todas las mujeres y les dice que no, y se congratula de que todavía puede, de que él está vivo, aún a precio de matar el amor. Y una noche, tan borracho, casi se mata en un accidente secreto, y vuelve y se acuesta y se despierta recordando poco y acá viene lo que no es obvio: se despierta y se siente libre, libre de la locura de amor, libre de los rencores, de las culpas; la braza ardiente del Imaginario amoroso arde todavía por debajo, pero ya sin la parafernalia de la novela rosa; está tan cuerdo que nadie lo ve sino como un loco, un descorazonado.

Corazón. El corazón  que "es el órgano del deseo (el corazón puede henchirse, desfallecer, etc., como el sexo)..." (barthes, op cit, Corazón). Pero como deseo es también un objeto de donación, yo lo entrego al otro, al mundo, sin saber qué va a ser de él (y yo te di mi corazón sangrante, sobre un plato de ravioles). Yo te ofrendo mi deseo, pero me devolvés el corazón que entrego ¿y que me queda? Los despojos, lar ruinas, me queda un "Corazón oprimido". Pero soy más fuerte que mi mismo ¡yo no soy Werther señoras! Busco mi imagen, sigo vivo.

Tiempo: el amigo de los bienaventurados, de los dichosos, de nosotros los que sabemos olvidar. Sin olvido la vida sería insoportable.

Ella dice que no tiene corazón, es decir, cree que no tiene eso que cree entregarme; su deseo. Tengo un trabajo doble: construirle un corazón y obligarla a que me lo entregue (he leído a Ovidio, sé cómo hacerlo).
Al escribir confundo la persona de los verbos y me pongo como el que dice que no tiene corazón, en realidad tengo despojos. Somos dos descorazonados, no tenemos nada que dar, y sin embargo... Hay un desinterés hermoso en todo esto, una liviandad que se apesadumbra controladamente, como al principio de todo amor. Ella quiere quererme, pero no tiene corazón; yo quiero quererla, pero mi corazón esta oprimido. Y así andamos. Fingimos un amor en el secreto: vamos a comer a una estación de servicio, está lleno de porteños que vuelven a sus casas después del fin de semana largo, nadie del pueblo. Ahí, donde los otros no interesan somos libres y nos dejamos jugar a los novios, y besarnos y darnos la mano y acariciarnos la nuca. Fuera de eso, ante las miradas usuales, casi somos desconocidos. ¿Dónde actuamos? ¿Dónde está nuestro corazón? Un corazón secreto que nos entregamos en el secreto: una calle escondida, el camino al cementerio, la pieza al fondo del patio; los escondites de un corazón que no sabe mostrarse, o que todavía no quiere...
Ella tiene un lunar grande y blanco entre la iris y la esclerótica, es uno en un millón, algo único. No puedo evitar verlo, me absorbe, me consume; me acuerdo una y otra vez de los huevos reventados en Historia del ojo de Bataille, he sido cazado por el ojo penetrante del lobo con piel de cordero, su lunar es un ojo superpuesto sobre su ojo; ella es Argos y yo no puedo escapar, porque está en todos lados.
Me hago un corazón nuevo para olvidar, un corazón nuevo que reemplace al otro, al de los despojos, a mi triste Corazón oprimido. He vuelto a ser yo, estoy enamorado; estoy loco y justamente por eso no estoy loco: Yo no soy otro, para nada.

(Silencio de cierre)

Y bueno señoras, eso es todo por hoy. En el próximo encuentro tocaremos algo más de Ovidio, tal vez Flaubert y, por qué no, una novela televisiva a elección de la audiencia; es todo más o menos la misma mierda. Siempre desde la implacable mirada de barthes quien, ya se los he contado en otra ocasión, murió atropellado por el camión de una lavandería, el muy boludo... A aquellas que deseen participar del curso esotérico sobre las artes amatorias donde abordaremos con más énfasis a Sade, Bataille y la obra pictórica de Klossowski pueden dirigirse personalmente a mí para las inscripciones. También hay libros, dvds y postales en venta en el hall de entrada. Muchas gracias y buenas tardes.-


viernes, 15 de marzo de 2013

Iglesias


Tenía otra cosa para publicar, pero dada las circunstancias...

He intentado ser cristiano, lo juro, peor todavía: intenté ser católico. Como en mi familia eran todos ateos (menos mi abuela) me bauticé por mi cuenta a los dieciocho años... y nada. Rezaba y nada (si señora, yo rezaba); leía la biblia, la leo todavía, y nada; iba a misa, intentaba guardar los preceptos de un buen cristiano, y nada... No pedía un arbusto parlante en llamas, que el mar se abriera o que una columna de fuego me dijera con voz de película de los 70's "ego sum qui sum"; yo nomas quería entender eso de la fe, percibirlo en tanto algo que no me pareciera una ilusión. Tal vez lo percibí en algún momento, y la ilusión fue tan evidente que debe ser la fe en el dios de los cristianos lo que me hizo agnóstico, por contradictorio que suene. Para descorrer el velo de Maya hay que primero ver el velo, y el siguiente velo, y el siguiente...
Después leí unos fragmentos de Spinoza y otros de Voltaire que ya no recuerdo, muchos anarquistas y Nietzsche hasta el hartazgo. Y también teólogos, y ateos combativos y Phillipe Sollers y otras boludeces... Y entendí, como los existencialistas, que si dios no existe nada cambia, que si dios existe nada cambia. El mundo ya es suficientemente divino por sí mismo (esto no lo decían los existencialistas, que son todos medios depre) y no necesita una justificación anterior para su belleza (para su terrible belleza). Lo Divino no puede estar fuera del mundo, yo soy hijo de este mundo, y todo lo que me huele a transmundismo tiene para mí el hedor de lo que está muerto. Yo estoy vivo, y no puedo ya creer en un dios estático que mi voluntad rechaza, aunque eso no signifique que niegue a Dios. La vida es lo único sagrado.

Si no cuento una anécdota este blog no tiene gracia: una vez cuando era chico le dije a mi vieja que iba a la iglesia a ver cómo era, así que agarramos la bici con un amigo y nos fuimos a la hora de la siesta, pleno sol, pueblo dormido. Cuando llegamos estaba cerrada y nos pusimos a jugar en esos arcos vacíos, de los que parece que se hubiera bajado la estatua de un santo, escalando las paredes y andando en bici por los escalones estuvimos un buen rato. No va que en eso aparece el cura y nos saca cagando, a los gritos. Volví enojado y le dije a mi vieja que el cura era un viejo puto. 
Desde entonces cada vez que veo una iglesia, entro. He estado en todas las iglesias que he encontrado en cada ciudad que estuve. Córdoba tiene unas iglesias preciosas, la de los Capuchinos es la más linda aunque sea lugar común, la de la compañía de Jesús tiene lo suyo sin embargo. Mi preferida es una iglesia en Chichicastenango, rodeada por las carpas del mercado, donde los guatemaltecos rinden culto a Maximón, así que no hay bancos ni nada porque hay que saltar y bailar y tirar Coca-Cola arriba del altar de piedra. En el Convento de la Merced en Antigua creo que tuve una revelación. También en la basílica de la Lupita en D.F., en la que es imposible no marearse (la experiencia es mística) cuando uno entra porque toda la parte delantera se hunde, como la ciudad que la corona, nunca me voy a olvidar de esa iglesia porque comí algo que me intoxicó como nunca y por segunda vez pensé que me moría; y en D.F., también, la Catedral Metropolitana que tiene el instrumento musical más grandioso que he visto en mi vida ¿o era en Cuzco? Donde uno camina dos pasos y hay una iglesia en la que meterse, aunque nada iguale su suntuosísima catedral, basílica de la virgen de la Asunción, hecha a fuerza de sangre y oro robado (ay, me puse combativo). Y La Paz, y Antigua mil veces más, y el santuario del Gauchito Gil en Mercedes, y una capilla chiquitita que encontré en un recodo en el pueblo de mis abuelos, y otra abandonada en el medio del campo que recuerdo vagamente, y otra adventista de madera, pintada de blanco en la Isla de Utila, en la que vi marchar a los mulatos a misa; y la horrible fachada de la Catedral de Buenos Aires (¡pero qué pisos!), y la de los jesuitas en Alta Gracia (acá nomás, cruzando la calle). Las mejores catedrales góticas las he visto en Argentina, no sé qué tendremos con lo gótico, será que queremos ser cristianos a lo europeo y no nos sale hacer algo más o menos propio: unos rosetones preciosos en Lujan, La Plata y Córdoba de nuevo. Y por supuesto la Iglesia de mi pueblo a la que vuelvo siempre, a la hora de la siesta, cuando veo la puerta entreabierta y sé que no hay nadie... 
Kropotkin dijo "La única iglesia que ilumina es la que arde", y Nietzsche que había que sembrar serpientes en los lugares de culto de los católicos para que las generaciones futuras los vieran como lugares terribles... ¿Para qué? Para exageraciones están los creyentes, yo no necesito militar en nada para matar nada, es la propia belleza del mundo lo que destiñe para mi a las cosas de sus valores falsos, y las deja desnudas, como belleza pura y nada más. 
Francisco de Asís, antes de volverse absolutamente asceta, sintió el llamado a reconstruir iglesias en ruinas, y lo hizo a pesar de los mismos curas de algunas de las parroquias que lo consideraban loco. A mi me encantaría construir una iglesia, capaz lo haga algún día, desde los cimientos hasta la cruz en la punta, donde mi Cristo se habrá bajado para bailar entre nosotros... Por lo pronto lo más parecido que hice es construir un Gauchito Gil y clavarlo en un árbol (la anécdota de eso para otro día); mirá, acá está :


Estoy en un bar, afuera llueve, escucho Bach (Que me gusta más que Vivaldi, la aclaración no es inocente) y pasan unas chicas preciosas con paraguas, y unos señores apurados y los empleados corren a bajar las lonas de los negocios. El mundo sigue siendo maravilloso.
Francisco I está en la Santa Sede, y yo lo saludo con todo el honor que se merece: ¡por un reinado largo y próspero! ¡Salve Petrus Romanus, sucesor de Gloria Olivae, Papa del fin de los tiempos!