domingo, 26 de enero de 2014

Ciudades V: Vientiane, Laos


-Fragmentos de cuaderno de viaje, República Democrática Popular Lao, enero 2013-

Si Cristo volviera, si al Buda Maitreya se le ocurriese aparecer o a Mahoma bajar de los cielos de una vez por todas, tendrían que venir a Vientiane. Vos también Zaratustra, si se te diera por mezclarte otra vez entre las gentes y predicar bailando para que nadie te escuche en una plaza pública, tu plaza estaría en Vientiane.
Sol. Vientiane es una ciudad de primavera, de clima agradable en el más amplio sentido del término. Sonríen, los laosianos sonríen y son sinceramente amables o no lo son en absoluto. El país es un comunismo de cartel, con empresas privadas y en pleno proceso de occidentalización. Pero, a diferencia de Bangkok, Vientiane sigue siendo profundamente 'oriental' (a mis ojos occidentales).
Durante la guerra de Vietnam, una parte del país fue invadida por el Viet Cong para establecer la ruta de suministros de Ho Chi Minh. Los americanos, ansiosos por cortar esa ruta e impedir que el comunismo se propagara por Laos, inició una de las masacres más grandes y menos conocidas de la historia moderna, bombardeando masivamente Laos con la cantidad de media tonelada de explosivos por habitante. Nada en pie, al paso arrasador de los B-52 por sobre el cielo nocturno. Sombras.
Esta gente, pacífica y tranquila, lleva en la sangre la marca de las peores atrocidades  del hombre. Primero los franceses, después los estadounidenses, ahora las corporaciones y el turismo. Sin embargo... Sol. El Mekong todavía brilla bajo la misma luz, poco más o poco menos contaminación. Menos balas para los que quieren cruzar el río. Las mujeres son hermosas, y mucho más cuando sonríen. En general me hacen acordar a vos; son morochas y flacas pero de piernas firmes y pies grandes.

Hoy fui a que me hicieran un masaje. Me atendió una laosiana de no más de veinte años, pero es difícil decir con esta gente que siempre parecen tan jóvenes. Preciosa, tranquila pero no tanto. Hablaba el conjunto de palabras en inglés necesario para su trabajo: hello, down, please, no english, tip, sixty thousand... Primero me hizo poner los pies en una especie de palangana con un líquido tibio en el que flotaban una suerte de hierbas, después me hizo subir al primer piso donde había una serie de camillas detrás de una cortina. Me dio una camisa amplia y un pantaloncito y me indicó que me cambiara. Ella, mientras tanto, tomaba una sopita detrás de la cortina que dejó lo suficientemente entreabierta como para verme y reírse con otras dos masajistas. Cuando estuve listo le avisé y me señaló que esperara, en orden para que ella terminara su cena, supongo. Al cabo de un minuto entró e inmediatamente tomó control de mi cuerpo. Acomodó la almohada, mi cabeza, mis piernas y se paró, dominante, al pie de la camilla. Mantuvimos una pequeña conversación asistida por señas en la que entendí que se llamaba No-An y ella fingió entender que me llamaba Mateo y era de Argentina. Se reía un poco y se volvía infinitamente más linda, pero durante el proceso del masaje se mantuvo seria y solo sonreía para dirigirse a mí y hacerme entender algo.
Tomó control de mi pierna izquierda, se subió a la camilla y ejerció presión desde mi ingle hasta la punta de mis pies. No hay nada de sexual, creo yo, en el masaje thai (laosiano en este caso), pero tengo que admitir que sí hay cierto dejo de erotismo: un contacto de mi pie con su muslo, un pequeño roce de los dedos, una gentileza creciente en ciertas partes del cuerpo. Pero yo soy la pasividad, el dominado, no me hubiera animado a mover un solo dedo sin su consentimiento. Discreción es belleza. Lo erótico se separa de lo pornográfico porque en lo erótico nada se muestra, sino que se esconde, el secreto y la sugerencia. Una bellísima mujer oriental estaba encima mío manipulándome el cuerpo con la pericia del técnico y la sensibilidad del artista. Quien no tenga ningún pecado que arroje la primera piedra, y así y todo... Discreción.
Luego de un buen rato ejerciendo sistemáticas presiones, se arrodilló al frente, levantó mi pierna, la flexionó, la relajó y, presionando al mismo tiempo mi hombro, la dobló para que mi columna rotara, como si yo fuera un trapo que se estruje para eliminar la humedad sobrante; todas mis vértebras crujieron al unísono. El proceso entero se repitió de mi lado derecho, y el resonar de las vértebras se repitió, también, como si nada... Después se paró atrás de mi cabeza y la cubrió con un paño tibio, con el que me limpió gentilmente la cara, presionando puntos específicos, quitó el paño y masajeó metódicamente.
La expresión de la laosiana continuaba siendo de una seriedad implacable, con los ojos delineados de manera tal que la hacían parecer todavía más perversa. Si yo abría los ojos me miraba de costado, como reprobándome, por lo que no podía mirarla más de unos segundos sin que sintiera la necesidad de cerrar los ojos de nuevo. Pero cada vez que intentaba comunicarse conmigo era como un regalo, mostraba sus dientes blancos y perfectos y la expresión de su cara era toda gentileza.
Lo más fuerte del masaje vino cuando me hizo poner boca abajo, montó encima mío y presionó con fuerza puntos del cuerpo que le pertenecía, y estiró los músculos e hizo sonar y crujir vértebras por doquier. Yo me quejaba, si, pero todo dolor tenía su cuota de placer. Se paró sobre mis pantorrillas y trabó mis gemelos con los suyos en una posición que me cuesta explicar, tomando mis brazos y estirando, arqueando mi cuerpo y formando casi un círculo conmigo... La mujercita laosiana, parada sobre mi espalda, haciendo que con mis manos tocara mis pies. Señores, bienvenidos al sudeste asiático.
Masajeó mis manos haciendo chasquear mis dedos de una manera rarísima. El contacto con su mano, delicado y amoroso, familiar, como de una novia de adolescente. Sus manos tibias, pequeñas y suaves. Pensé tontamente, en ese momento, que al irme la iba a extrañar.
Al terminar decidí darle propina y, confundido, casi le doy un billete de veinte mil kips que, ante el error, rápidamente cambié por uno de dos mil, por lo que ella frunció el ceño y balbuceó algo en laosiano, probablemente algún insulto. Yo la miré de frente, un poco riéndome y en perfecto español rioplatense le dije: "No entiendo un carajo de lo que decís. El masaje estuvo buenísimo, eso no significa que te vaya a dar veinte mil de propina". Ella sonrió también, y estaba tan linda que de haber hablado suficiente laosiano le hubiese ofrecido escaparnos juntos a vivir de cultivar la tierra y pescar en el Mekong. Supongo que mi cerebro estaba bajo los efectos de esas hierbas raras para los pies.

Cuando salí del local empecé a caminar, estaba relajado y lleno de energía, me sentía capaz de correr un maratón. Fuimos con mi viejo a comer pescado y recorrer unos mercados a la costanera. Todo era rico, delicioso, el contacto con el aire fresco se sentía como caricia. De un buen humor poco usual en mí, le dije a mi viejo que me quedaría para siempre en Vientiane, y era cierto.


La bandera de Laos ondeaba junto a la del partido comunista, el Mekong corría en agua, peces y sangre. Alguien vendía por ahí botellas de licor con cobras adentro. Una chica simpática me ofreció sus pinturas delicadas: unas con la cara del Buda, escenas cotidianas de los campesinos, una silueta de un árbol plateado sobre fondo bordó... Camino al hotel unos taxistas nos hacen la típica pregunta: "¿ladys?". Yo le digo a mi viejo: "mirá negro, acá también, como en Bangkok". Sombras. El eco de un B-52 apaga la noche. Me recuerdo: la vida y la muerte no son dos cosas diferentes, son diferentes estados de una misma cosa. Veo un bar lleno de gringos, la cosa está empezando, pronto serán hordas y habrá en Vientane más putas que masajistas o serán lo mismo, y lo pornográfico le ganará a lo erótico y el mundo perderá el misterio. El Google Earth transforma cualquier paraíso en una gorda mostrando las tetas... Por suerte para mí, todavía quedan masajistas que no hablan inglés y ciudades con secretos y maneras de mirar el mundo que lo hacen misterioso y ajeno, como una noche clara en un país oscuro.


Lo extraño: cuando tenía que masajearme la espalda le pregunté si me sacaba la parte de arriba y no, me reprobó con un gesto. Lo atribuí a una falta de decoro de mi parte o a cierto pudor oriental. Sin embargo, cuando el masaje terminó y ella salió del cubículo cerrando la cortina y haciendo señas para que me cambie, esperó a que estuviera completamente desnudo y volvió a entrar, como si nada, para acomodar innecesariamente la camilla. Tenía una media sonrisa de malicia. Yo fingí desinterés y seguí cambiándome mientras ella me miraba, ya no como un objeto a ser masajeado, sino como un ser humano completamente desnudo. Un secreto sin palabras y sin traducciones posibles. Vientiane es bella y discreta como un secreto silencioso. Yo soy un hombre desnudo.


Otras cosas: caminamos, caminamos muchísimo. Asistimos por casualidad a la ceremonia de iniciación de unos monjes, cuando les dieron los hábitos. Una galería de arte que atendía una estudiante con quien conversé largo y tendido en inglés. Un parque a las afueras llena de estatuas de concreto del Buda, turístico e innecesario. Un mercado popular donde eramos los únicos extranjeros, por fin. Nos echaron de la calle de la embajada yanqui. Cosas, anécdotas, no sé. No tengo ganas de escribir. Sol y sombras, Sol y sombras por todos lados.

miércoles, 22 de enero de 2014

Ciudades IV: Dos salidas de Buenos Aires




-Fragmentos de cuadernos de viaje, papeles sueltos y servilletas abolladas al fondo de la mochila- 



Buenos Aires-Mexico

La tía C. es una italiana que nunca perdió el acento y que aún le recrimina a su difunto marido no haber llorado por las muerte de los padres y sí por Perón y Evita. Las cenizas del tío están en una urna al lado de una foto del general, Eva y un perrito.
Buenos Aires es la peor ciudad del mundo pero solo porque los porteños te lo recuerdan todo el tiempo.
"De la casa al trabajo y del trabajo a la casa" versa un cartel junto a un pequeño busto de bronce de Perón en el taller del tío muerto. El tío quería que cuando se muriera tiraran sus cenizas al pozo negro. Lástima que nadie le dio bolilla y ahí están, arriba del modular.
La máxima del general se cumple todavía: hordas de personas empujan todos los días en una ciudad que odian para llegar a sus laburos y mantenerse en vida. Dos horas para ir, dos para volver, diez horas laburando; Tomás de Moro se pierde su división en el upite.
De Liniers a la Matanza. Isidro Casanova igual o peor que siempre ¿la culpa? De "los negros y los bolivianos", por supuesto.
Suenan las campanas, acaba de empezar el primero de enero del año 2011 en Mexico D.F., el mundo es tan pequeño que cabe entre estos dos renglones.


*


Buenos Aires-Kuala Lumpur

Estaba seguro de pasar la navidad en el aeropuerto de Doha, donde no creo que les importe más que a nivel comercial, por lo menos no hay que soportar la parafernalia religiosa. Pero Hermes, señor de los espacios limítrofes, no estaba de nuestro lado.
Buenos Aires es la ciudad más horrible del mundo, pero sabe maquillarse como buena puta para engañar y seducir a los incautos. Un alemán me dijo una vez en Potosí que no le había gustado Buenos Aires porque era más de lo mismo para él, como cualquier ciudad europea. Si uno camina por Avenida de Mayo, pasea por el cementerio de Recoleta o se toma un café en Puerto Madero es muy fácil tener esa impresión; incluso se puede entrar al MNBA o al MALBA y maravillarse con las posibilidades de la "alta cultura" que el monstruo tiene para ofrecer. Un estudiante argentino del interior que vea a un grupo de nipones sacando fotos en La Boca o duerma un par de noches en algún hostel cerca de la calle Corrientes, inmediatamente creerá que Buenos Aires es una ciudad cosmopolita y, por supuesto, se pensará a sí mismo como una persona de mundo, destinado a la vida de ciudad.
Pero Buenos Aires, señores turistas, es caminar por Liniers a la una de la madrugada, es ir a comer un asado con parientes a Calzada o Isidro Casanova y escuchar y sentir en carne propia el odio incomparable del porteño. Esos hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes que llenaron los barrios de la contracara estética (pero igual de europea) de la capital. Hay que verle las tetas caídas a la puta vieja y besar su sabor rancio de maquillaje corrido. Ni en la peor de las terminales bolivianas, ni en las paradas atestadas de gente de Mexico, Honduras o Guatemala vi tanta mugre como una vez entrando a Retiro: pilas enormes de bolsas de residuos y ratas hurgando en todos lados.

Nos esperó un pariente y fuimos a Calzada. Lo bueno de viajar con mi viejo es que puedo terciarizar la parte de las charlas protocolares y limitarme a ir sentado atrás, mirando. Lo cierto es que seduce un día de Sol, los edificios, la parte de atrás de la Casa Rosada, el puente Quinquela... Y más allá, también los barrios son bellos y cosmopolitas: tengo una prima casada con un chino y otra con un senegalés.

Voy a estereotipar y hacer una generalización en base a un caso particular, hagan el esfuerzo por no ofenderse los habitantes del mosntruo. No puedo odiar a la manera del cordobés promedio el estereotipo construido de porteño ¡mi viejo es porteño! Pero hay características que, cuando las veo repetirse, me resultan insoportables. En el almuerzo conversan entre ellos pero sin hablar ni escuchar realmente, a los gritos, ajenos a lo que dice el otro; uno dice una cosa y escuchan cualquier otra. Y la conversación a la que siempre se vuelve es "la inseguridad", ¡lo terrible que es vivir en Buenos Aires! y, claro que sí, siempre alguno deja colar el comentario de que es culpa de los inmigrantes bolivianos, peruanos, etc, el raro grupo socio-cultural, nunca del todo definido, que denominan "los negros". La rareza lingüística, el cocoliche, la Torre de Babel... Por suerte son hospitalarios, así que dormí dos largas siestas hasta que el tío J. nos llevó a Ezeiza.
Hasta acá todo normal, lo de siempre. Mucho quilombo en el aeropuerto por las fiestas. Una familia árabe se cruza de frente con una judía, hace siglos que son enemigos, lo saben, lo sienten. Nadie sonríe y todos sonríen. La identidad del argentino es flexible, se disuelve con facilidad: un rato en DF y nos mimetizamos, casi que nos sentimos mexicanos (eso sí: mexicanos que toman mate). Árabes y hebreos fuera de su tierra, en cambio, se vuelven 'más' árabes o 'más' hebreos... Los judios en realidad parecían vivir en Argentina, escuché al padre aleccionar desordenadamente a sus hijos, solo él y el niño de unos cinco años usaban kipá. La mujer árabe toda cubierta con un nene de la mano detrás de su esposo barbudo envuelto en una túnica blanca... Vestimentas e infusiones que determinan identidad y jerarquía de género. Los humanos somos los más graciosos de todos los monos.
Los aeropuertos son únicos: japoneses histéricos corretean a pasos cortitos por ahí, mezclados entre las mochileras alemanas disfrazadas de hippies. Vamos a hacer el check-in, hay problemas con el pasaporte, hay problemas con la visa a Vietnam, no podemos subir al avión. Discuto educadamente con la representante de la aerolínea, intento que nos pongan en un vuelo a Bangkok. No hay caso. Discuto por teléfono con la representante de la empresa de viajes, si me pueden poner en un vuelo a cualquier lado, ya no me importa, quiero viajar. No hay caso. Logro que me nos hagan una reserva para un vuelo a Kuala Lumpur en seis días... ¡Qué remedio! Irse de Buenos Aires, de Ezeiza, un 23 de diciembre a la noche, con todos los porteños locos por escapar y los del interior por entrar.
En la terminal de Liniers, esperando un colectivo que nos llevara a Venado Tuerto, un poco más cerca de casa aunque sea, veo un rompecabezas de las ruinas de Angkor Wat, ruinas que yo quería ver en Camboya. La realidad puede ser muy irónica a veces. Me acuerdo de mi mismo discutiendo por teléfono abajo de la escultura de la Miujin, "Rompecabezas filosófico", en el aeropuerto. Es todo muy gracioso a pesar de mi frustración. Mi viejo me dice mientras esperamos en Liniers: "a esta hora tendríamos que estar cruzando el Atlántico y acá estamos, cruzando la noche"; tiene razón, es lo más poético que le he escuchado decir en años.
Horas después, a la mañana del 24, escribo esto en la terminal de Venado Tuerto. Todas las terminales son parecidas, con su horrible arquitectura de los 70's u 80´s, con su luz fría de tubo fluorescente. La arquitectura, como el paisaje, nos define y limita nuestro comportamiento y nuestra manera de mirar. Un arquitecto es un gran fascista. En la Avenida de Mayo la puta nos seduce, en Liniers, por ahí cerca de Ciudadela, nos muestra su verdadera cara de tetas caídas y vientre estriado. Un señor boliviano de traje marrón y sombrero vaga por ahí, descontextualizado y anacrónico, dos o tres borrachos se pasean con un caminar lento y la mirada perdída, pilas de basura por todos lados. Ahí está el cosmopolitismo argentino, el idílico crisol de razas que en los libros de primaria todavía se idealiza, el estúpido de Sarmiento queriendo poblar el país con europeos "cultos" ¡por favor Domingo! Propio de quienes no saben ver sino el maquillaje de las cosas y no se animan a la realidad que, aunque terrible, es infinitamente más profunda y misteriosa. Mi bisabuelo, bruto y analfabeto, vino de Irlanda a tener diecinueve hijos y morir de cirrosis. He aquí la Argentina, es lo que somos, nuestra identidad sin arreglos.
Yo esperaba recibir la navidad en Doha, en cambio estoy sentado en una bar de la terminal de Venado Tuerto. El bar se llama Varsovia, como aquella ciudad de gueto famoso. La realidad puede ser muy irónica a veces. Los sobrecitos de azucar tienen frases, el que me tocó dice: "No esperes el juicio final, se llevará a cabo cada día".

*

En el techo de un hostel del barrio chino de Kuala Lumpur, hoy es primero de enero de año 2013. Veo desde arriba pasearse mezclados a musulmanes, budistas, hindúes y gringos. Se alzan a lo lejos imponentes los edificios de los palacios financieros, una pared derruida reza en enormes letras rojas: "It's more blessed to give than to receive", unas hermosas chinas salen con sus vestidos blancos y amarillos. La ciudad es caótica pero tranquila, se mueve agitada pero sin el ruido innecesario de Buenos Aires.
Hace veinticuatro horas sobrevolaba África, la misma África de Rimbaud, y ahora estoy en un techo del barrio chino de Kuala Lumpur. El mundo globalizado es absurdo, perverso y hermoso. Todo por culpa de Rimbaud y de todos los que se animaron a ser los primeros. Viva la noche deliciosa del nuevo año.
¿Te acordás de esa vez que en un ataque de bronca te tiré "Una temporada en el infierno" de Rimbaud mientras bajabas las escaleras? Así éramos nosotros: absurdos, perversos y hermosos, destinados a la desaparición, como Kuala Lumpur con su barrio chino lleno de árabes, hindúes y budistas. La peor forma de conocerse es mirándose en el espejo.  


martes, 21 de enero de 2014

Ciudades III: Bangkok, Tailandia


-Fragmentos cuaderno de viaje, enero 2013-

Un barco, Chumphon y Bangkok: el monstruo, la bestia asiática.
*
A Bangkok se entra siempre por la puerta de atrás. La ciudad no tiene puertas grandes, y si las tiene no dan a Bangkok. "Ciudad de ángeles" ¿"Aldea de la ciruela silvestre"?. La ciudad es un monstruo impiadoso, un dragón que baila. Varios kilómetros antes de llegar a la bestia ya muestra sus garras de neón, su primer aliento caliente.
Khao San street se abre como una vagina dentada y te recibe. Las prostitutas más lindas y las más horribles viven en Bangkok. por menos de lo que cuesta la entrada al Palacio Real se puede conseguir una chica que en cualquier otra parte del mundo nos daría vuelta la cara sin dudarlo. Casas de masajes en todos lados, gente que te vende escorpiones en un palito, amuletos, artistas del engaño, falsos amigos, trujamanes, australianos borrachos, la policía, lesbianas suecas, japoneses fumando en narguile, montones de tiendas, calzoncillos Calvin Klein, lectores de best-sellers... El bello Tadzio ya no veranea más en la triste y aburrida Venecia, ahora viene a Bangkok donde también está la peste pero a nadie le importa. Yo te vi, Tadzio, subiendo a un barco en Koh Tao camino a Bangkok; tenías todavía en los ojos esa mirada de maldad disfrazada de inocencia, la mirada verdadera de la belleza: el lobo con piel de cordero.
Es posible que Bangkok no sea bella porque carece de discreción, hay cierta discreción en la belleza. Todo en la ciudad es apresurado, atropellador, "evidente". El Buda esmeralda y el Buda reclinado. Risas. ¿Por qué sonríe el Buda? ¿Es que ya no importa nada? ¡Claro que no!

¿Buenos Aires? Un chiquero, ¿Guatemala City? Un chiquero separado por tipos de chanchos. Antigua Guatemala capaz, si no fuese un atolladero de gringos, como Cuzco. Capaz que me quedo con Mexico D.F: secreta, telúrica, materna, sanguinaria, que me dejó casi muerto. Bangkok: ángel y prostituta que no corresponde a nadie. Y... habrá que probar suerte en Vientiane, Phnom Penh, Hanoi, Saigón, ¡en Doha! ¿Kuala Lumpur? Un robot musulmán... ¿Guanajuato? Un tal vez. Tantas... Puerto Vallarta, Guadalajara, Miami, Oruro, Posadas, Georgetown, Managua, qué se yo... Ni soñarlo. Siete mil millones de personas no pueden ser discretas. Dormí, comí, bebí, cogí, cagué y sobre todo caminé a más no poder en las ciudades, y las cosas pasan con la evidencia de que están pasando: las ciudades se publican a sí mismas, son la cosa pública, la asquerosidad de lo tocado millones de veces. Japoneses con guantes y barbijo en el Wat Phra Kaew, justo ahí, en el Templo del Buda Esmeralda, el lugar más sagrado de todos.

Bangkok es la ciudad del fin de los tiempos, todos sus ángeles ya usaron las trompetas. El mundo reventó y Bangkok lo festeja. Camino por Khao San y soy un fantasma, tengo la impresión de que nadie me ve; como en Coyoacán esa tarde preciosa, como en el Convento de la Merced en Antigua, como una vez en Puerto Madero, como en Copán donde todos estaban tan muertos como yo, como un día lluvioso en San Pedro la Laguna. Eterno retorno de lo mismo.
Los hombres, tercos, no se cansan nunca de construir ciudades condenadas a la destrucción. Yo estoy hecho para mirar, nada más; continuamente observador, nunca participo de nada, atrapado en ser un turista. Mirando, mirando sin aliento... Mañana es lunes 14 de enero del año 2013 y yo estoy en Bangkok. Un fantasma, no estoy en ningún lado, voy a ninguna parte y a todas, soy el señor indiscutible de la nada: la cosa salvaje sin nombre. ¿De qué te reís Buda? De nada, por supuesto.

*
Todos te preguntan en Khao San road si necesitás algo. No, no necesito nada, nada de nada en absoluto.
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El Buda que camina, que anda por el mundo, nómade, vagabundo, al que no pudieron hacerle estatuas porque la estatuas están condenadas a la quietud. Ese es el Buda que quiero para mí.
*
 "Carece por entero de envidia, pero eso no tiene mérito: pues quiere conquistar un país que nadie ha poseído aún y que casi nadie ha visto siquiera" (Nietzsche, "La gaya ciencia", aforismo 238)
*
Que lo que cuesta mucho siempre es bueno es una noción bastante estúpida. Lo inesperado, eso por lo que no hemos peleado en absoluto, tiene el valor de la extrañeza y la maravilla. Pelear ciegamente por causas sin demasiado valor llenó a la humanidad de amarguras. Los hombres tendríamos que aprender a esperar lo inesperado, porque también es algo muy difícil de encontrar.
*
Viajes en taxi, metro, tren, visas, un aeropuerto monstruoso. Tengo la impresión de que escribir anécdotas de viaje es una cosa inútil, para eso están las veinte mil fotos en digital y los recuerdos que van mutando con el tiempo. Si yo hubiese escrito la Odisea sería una cosa aburridísima.

Canta, 
diosa,
en tu pollera de nacar
y flores azules,
sobre las Selenes que alumbran
la proa de las naves nuestras junto a Escila
y Caribdis,
y los besos que esperamos todos
de las Circes
          y Calipsos
                 y Nausicaas de este mundo.

Acelero, 
y es de noche.
Las luces de la ciudad se dibujan
como nuevos barcos
a países de nadie.

En el campo el silencio es más tenebroso que los gritos, y los zorros callan entre ellos sus secretos y motivos misteriosos.

¿A dónde volvés así, vestido como mendigo, sin una misera bolsa de vientos atrapados, ni una aleta de sirena, ni unos cerdos que supieron ser guerreros par alimentar a quienes se hacen llamar tus invitados?



domingo, 12 de enero de 2014

Eco y Narciso (o Tres ríos)


Si. Voy a contar esta historia porque pasó hace mucho, porque ya no me importa tanto y me atribuyo el derecho. Ojalá sea la última cosa que escriba acá que tenga algún dejo de sentimentalismo, vamos a volver a lo de antes: un cinismo más calculado.

Mi cráneo. Es una imagen usual, muy a lo Shakespeare. Mi cráneo me habla, me dice que no tiene más sentido, que basta Mateo, que ya todo es polvo en la tormenta. Me río, lo sacudo un poco, le hago cosquillas, lo dejo que tome aire, que pierda sus telarañas, su olor a bibliotecas viejas. Voy a hablar de la noche húmeda y eso pudre un poco, así que hay que estar preparado.

Venía bajando la escalera, convengamos que era un toque más joven y estaba en mejor estado, conservadito digamos. Era una de esas juntadas de mucha gente en que tomábamos vino y discutíamos toda la noche. Había especímenes diversos: proyectos de artistas y académicos. Eran otras épocas, uno creía en muchas cosas, por ejemplo que estaba bien querer ser artista o académico.
Mi living tenía una alfombra enorme, algunos sillones encontrados y una cama. La escena es simple, no tiene mucho para ver y un tercer observador ni la hubiese notado. Vos estabas sentada en la cama con otro, tu otro de aquel entonces, que era mi amigo y a quien más adelante yo no dudaría en traicionar. El ambiente estaba iluminado por unas velas o capaz una luz muy tenue.
Bajé las escaleras, arriba estuve en el baño o puse música, no interesa. Tengo puesto un jean, estoy descalzo y en cuero. En el último escalón giro y te miro de frente, me estás mirando con una sonrisa muy particular, una mueca de dientes enteros, la cabeza gacha y los ojos para arriba, directos, como el gato de Alicia en la versión de Disney. No, mejor no, esa comparación es tonta; así me mirabas: 'a través de la habitación cayó arriba mio tu frente penetrante, tu mirada espesa de deseo sincero y me arrancó la ropa en el abismo de tus ojos, en las cavidades de tu cráneo infinito' (¡ay profesor Green! Pero qué metáforas más baratas y cursis...). Perdón, soy un inválido sentimental ¿era yo nuevo en esta gilada del amor? Nuevísimo, y creía que no.
Eso era el 'rapto', al estilo de Barthes, al estilo de Zeus tomando una ninfa para violarla. ¿Soy la ninfa? Me cago en la mierda, me tocó ser la ninfa. Cumpliste tu papel primordial del rapto, me aprisionaste en la imagen que me iba a perseguir para siempre, tu imagen: vos en una partícula de acción, congelada. ¿Tu novio? Bien, estaba ahí, sentado, como el resto, sin percatase del evento secreto que entre nosotros estaba teniendo lugar. Mucho tiempo después, cuando ya nos enroscábamos en público sin pudor, te pregunté por esa noche y me diste tu versión. Entonces yo no alucinaba, eso fue un 'evento' verdadero, algo que nos sucedió al margen de la gente a nuestro alrededor, sin una sola palabra, sin comunicarnos absolutamente nada entendimos lo que iba a pasar después...
Y lo que pasó después ya es historia antigua, involucró un viaje a las sierras y correr semidesnudos abajo de la lluvia. Si, semidesnudos. Graciosas épocas, síntoma de que me estoy poniendo viejo: ya casi no corro semidesnudo por ahí.

Cuando me miraste de frente, decidida, me raptaste, me obligaste en el acto mudo a entregarte mi corazón. El corazón es el lenguaje, el discurso (hasta las metáforas más baratas tienen recorridos profundos); en un acto voluntario te lo entregué y me quedé mudo, te regalé todo el repertorio de mis palabras: esto es lo-que-soy, vos disponés, yo soy la ninfa. Me desnudo de frases frente a vos y me entrego a la suerte, "alea jacta est", una vez cruzado el río ya no respondo por mí, ya no puedo ser completamente responsable de mis actos. Primer río.

El amor es un suceso narcisista. La ninfa Eco se enamora de Narciso, condenada por los dioses a solo poder repetir las últimas palabras de los demás, se comunica con él a través de su propio lenguaje; él solo está interesado en su propia imagen. Ambos son ciegos, dice Derrida. Todos somos Eco y Narciso en nuestra imposibilidad de ver a los otros como tales: nos vemos y nos amamos a nosotros mismos, a nuestra imagen ¿qué vi al pie de esa escalera? ¿Qué viste vos? Espejos cerrados de nuestro deseo. Nuestro amor propio fue tan fuerte (y no lo repruebo, sino que lo festejo) que estallamos en una colisión galáctica, como el futuro necesario de Andrómeda y la Vía Láctea. Nos aniquilamos, nos fusionamos en la corriente violenta del golpe contra la roca y de la erosión del lecho, como "Los amantes" de Egon Schiele, en un ritmo perverso de encontrase y darse la espalda, y rebotar el uno contra el otro, destrozándonos hasta huir a dientes apretados en el escape hacia el mar. Olvidaste el momento, lo borraste de la memoria, yo también. La violencia del alejarse y sufrir porque pierdo mi espejo, mi espejo tormentoso ¿podría Narciso haberse reflejado en las aguas turbias? ¿Se hubiera escuchado repetir a Eco en el estruendo de la cascada? Segundo Río.

Y pasó el tiempo, los siglos, los milenios ¡los eones salvajes! Mucha agua bajo el puente. Muchas cosas. Hemos muerto, hemos resucitado, hemos reinventado nuestra carne. Hemos cebado muchísimos mates pero preparado pocos albondigones de carne: capaz esquivamos algunas las imágenes del recuerdo pero nos obligamos a otras a ver si tal vez. Hemos besado, si, también, era necesario para olvidar. El olvido es funcional, el olvido es vivir, decadente y suicida es no saber olvidar. El olvido reabre el ciclo: el agua se renueva. Hemos escuchado Bob Dylan, los dos, vamos por buen camino.

El que bebe de las aguas del Lete, en el Hades, olvida inexorablemente.

Y otra vez, en la explanada, donde ya se han borrado las marcas de la roca (el agua, adaptable, nunca tiene cicatrices), un tercer río: la corriente calma. ¿Dije milenos, eones? Mejor una semana, un día, veinte minutos; como verte recién, como si el tiempo no fuese tal cosa, como el espejo que se reconoce sin más. Eco y Narciso revenant. Cerremos esto. Siempre me voy, siempre me estoy yendo sin irme a ningún lado. Soy vos, sos yo, somos una curva del río, el eco contra una barranca, reflejo en el agua tranquila, los parques murieron y renacieron, "el otoño desnuda sus árboles, solo por besar tus pies". Cerremos esto. Estoy con las patas en el agua y me pega el Sol. Pienso. El río siempre muta pero siempre es el mismo, siempre es el mismo río. No dejo lo que dejo, las mismas curvas, los mismos sauces. Todo morirá, el río no.

Un momento inaugural, un "rapto", un nuevo cauce que se forma, imparable. Lo repito: imparable en su camino al mar, idéntico a sí mismo.

Y me voy, siempre me estoy yendo, "no hay lugar al que no me esté yendo", no hay irse que no vuelva inexorablemente a mí que hablo repitiéndote, como la Luna multiplicada mil veces en el agua, en todas las aguas de la noche.-



miércoles, 8 de enero de 2014

Ciudades II: Mexico D.F.


-Fragmentos libreta de viaje, enero 2011-

Suenan las campanas, son las doce de la noche en Mexico D.F. Estoy en un hostel cruzando el Zócalo. Es año nuevo, se sienten los gritos y la fiesta. Zócalo iluminado, iluminadísimo.
Todas las ciudades rebalsan en mugre, todas.
Hoy es primero de enero del año 2011 en la ciudad de México. Hoy comienza una nueva temporada del fuego.
*
Me compre dos cervezas Modelo y me las tomé en el balcón. Había dos parejas de porteños que hablaban boludeces, un gringo les tiraba maní desde la terraza: "like monkeys" decía el gringo, borracho. Los porteños no sé si se daban cuenta.
Ciudad de Mexico es brillante y sucia. La basura refulgente: nuestra manera de ser. Una metafísica sin mugre acá se vuelve más chiste de lo que ya es.
El dador de luz, la bestia mugrienta que trae luz a estos hombres, a estos alegres y pelotudos monos.
*
Quetzalcoatl... y la serpiente de fuego de Huitzilopochtli... Fucking Museo de Antropología: too fucking big, too many beers tonight...
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It's a fucking big city... Fucking big... Toda la mañana con una japonesa, Haruka, en un museo de bellas artes. Dos obras por sobre todas: una de Diego Rivera, "La tentación de San Antonio", que me emocionó ver en directo y de tan cerca, y una representación de la virgen de Guadalupe, bellísima y única.
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Después de almorzar con Haruka, la gordita imperturbable, un paseo por el Zócalo y la catedral. Un mar de gente, una abrumadora multitud. El mundo tiene olor. ¡Virgen de Guadalupe, vela por nosotros!
En la catedral una mexicanita de no más de dieciocho años me sacó una foto y se sonrió. Preciosa, a su manera. Yo vengo cayendo desde el fondo de unos ojos negros para arriba, solo me sacia mi amante (¿algo así decía en una galería en la que entré? ¿Era esa la idea?).
Yo soy el fuego que solo incendia lo que elige. Desde allá caigo, desde el fondo de unos ojos negros. Mi verdadera amante es una virgen morena.
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Conocí italianos, australianos, japoneses, mexicanos, yanquis, holandeses, algún canadiense y obviamente argentinos que acá esté lleno. 
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Con Iván, Ezequiel y Andrew a la basílica de Guadalupe. Largo viaje en metro, barrio extraño, unos tacos de cerdo insalubres. Iglesia undida, estatua de Juan Pablo II. Risas.
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Ser amante de una virgen está bien. De una virgen morena yo quiero ser amante. Caigo para arriba desde el fondo de unos ojos negros.
Yo sé lo que busco
Yo sé lo que busco

Nos hemos olvidado. Pero no hay eternidad con caminos tan oscuros como para no encontrarse. Yo soy una puerta que lleva a una puerta que lleva a mi.
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Mis pies arden si arden si arden tus pies
Mi sangre es también una mentira
          que entregaré con gusto.

No le temo a la noche.
Aplaudan. Esta es mi guerra florida.
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Virgen de Guadalupe
vela por los pecados
del mundo

[Nichos económicos, planes de pago]

Me río y de repente soy la muerte
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Segunda vuelta: Lucía y su novio peluquero (Rosario), Laura y Cinthia (Buenos Aires)
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Mañana Teotihuacan. Estoy vivo porque tengo un propósito que desconozco. Duermo poco y ando mucho porque mi voluntad de ir a lo unknown no se cansa.
Estoy vivo de nuevo, estoy vivo de nuevo.
¡Virgen de Guadalupe no guardes por mi sueño! Mi vigilia es la que vale, ese parpadeo frenético entre esta vida de sueño.
Soy una iglesia en llamas. Creía que un dios me habitaba, pero solo lo conozco ahora que me consume.
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No voy a describir en detalle el suplicio de D.F. porque no tengo fuerzas ni para eso. Enumero:
-Food poison
-Vómito, diarrea y fiebre por 24 horas sin poder tomar un sorbo de agua
-Soledad, terrible soledad de vómito en un hostel
-Necesidad de terreno conocido: me escapo de D.F. antes de tiempo, me voy a Guadalajara.
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Mi verdadera alma se llenó de agua hace como dos años en una playa en Guatemala, ahora yace con los tigres en el fondo del Pacífico. Por eso mi cuerpo ansía el mar. Yo estoy muerto, me morí en las aguas de Monterrico. ¿O me morí hace dos días cerca de Teotihuacan? ¿Agonizando en una cucheta de hostel frente al Zócalo? Yo estoy muerto, soy una calavera que camina.
Las calaveras no amamos el mundo, fíjense que nomás chasqueamos los dientes y festejamos la vida como quien festeja una nostalgia.
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Yo amo la vida porque la he perdido.
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El cerro del Tepeyac alojaba antiguamente un templo de la diosa Coatlicue ("falda de serpientes") destruido durante la conquista. En el mismo lugar establecen luego una ermita los franciscanos.
La virgen de Guadalupe se "aparece" en el Tepeyac y habla en lengua náhuatl, refiriéndose a sí como coatlallope: "la que camina sobre serpientes", vocablo que los españoles interpretan como "Guadalupe", por la veneración española.
Las apariciones de esta virgen, las "mariofanias", están contadas en el Nican Mopohua.
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Digan que la noche no es un misterio; que la diosa, maldita y llena de engaños, no se transfigura en virgen para reparir a Quetzalcoatl entre nosotros.
Yo quiero ser el amante de esa virgen morena, virgen impostora, yo que vengo cayendo para arriba desde el fondo de unos ojos negros. En su falda de serpientes yo busco la Luna más naranja, al poniente, 
sobre el océano que me trae muerto.
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La enfermedad solo nos arrastra a más enfermedad. La enfermedad busca a la enfermedad y casi siempre la encuentra. Mi debilidad después de haber estado mal en D.F. no me dejó ver el camino más propicio (osea, el que nos guía a la fuerza). ¿Dónde fui a parar después? Con las personas, con la gente, en busca de protección. Pero es la soledad y la incertidumbre lo que me obliga a elegir la fuerza. Hay que retomar el camino.
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Todas las veces que me subí a un Primera plus para viajar en México elegí el asiento 21. La mujer en la quiniela.
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La tarde más hermosa de mi vida en Coyoacán. La casa azul de Diego y Frida y a unas cuadras la de Trotsky. No quiero escribir sobre esto. Fue perfecto, nada más.
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Un chileno. Después me encuentro dos australianas que habían dormido conmigo en el hostel en Guanajuato, una extraña coincidencia. Una de las dos australiana, la petiza, si, esa era. Excelente.
Buena noche, buena última noche ¿qué hará Mexico D.F. sin mi? ¿Seguirá existiendo? Yo no lo creo ¿acaso siguió existiendo sin Cortez o Moctezuma? D.F y esta australiana sin mi no existen más. Una decisión que tomé borracho. El argentinito toma decisiones borracho ¿qué se le dice ahora a la australiana, argentinito? 
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Todos los aeropuertos son iguales, tienen ese aire a muerte expectante, a tragedia suspendida diáfanamente sobre las cocacolas y los sandwiches a último momento. Las maletas abandonadas esperan el encuentro con el fuego. Una cosa terrible, como de violencia hermosa vista de lejos. La noche es un caracol infinito y yo estoy dejando Mexico Tenochtitlan, la ciudad más terrible del mundo.


Arriba del Templo Mayor pusieron una librería, Trotsky cuidando sus gallinas. Todo absurdamente hermoso.

Muerte y resurrección en Mexico Technotitlan.-



lunes, 6 de enero de 2014

Ciudades I: La Paz, Bolivia



-Fragmentos de libreta de viaje, Enero 2012-


Otra posibilidad es irse a la noche como los culpables, escabullirse cuando todos duermen y no aparecer más. ¿Por qué tanto miedo a la puerta trasera? ¡Vamos! Está ahí, sirve para irse.
Yo no me exagero las cosas a mí como se las exagero a los otros, no puedo mentirme muy a mi pesar.
Deprimido en La Paz... ¡Quién pudiera! Tamaño idiota, sin levantarse de la cama. Los otros exigen explicaciones ¿verdad? Entonces tergiversas para que no pregunten. Preguntan, los otros preguntan. Entonces sí, la imagen de la puerta de atrás ¡qué ganas de correr! A la noche, como los fugitivos. Algo debe tener uno de culpable, la evidencia es el deseo de escapar. La depresión aparece cuando no se es lo que se es: un simulador más ¡la multitud aplaude!

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En La Paz llueve y sale el Sol alternativamente en cuestión de minutos. Cuando sale el Sol La Paz es la ciudad más linda del mundo: sobre las colinas los caseríos de ladrillo naranja sin revocar, las cholas levantan los nylon para mostrar su comercio callejero a la vez que los vendedores de paraguas y pilotos entristecen; palomas y mendicantes vuelven feroces a ocupar Plaza Murillo en busca de la dádiva del caminante.
Hay un desfile militar enorme, lo vimos a Evo Morales en el balcón de la casa de gobierno. Yo tan alegre como triste en Plaza Murrillo. Llueve y sale el Sol en la Paz.

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En La Paz, cuando llueve mucho y de golpe, se inundan los sótanos y ahí nomás mueren las cholas, con sus wawitas abrazadas.

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Conocí en un hostel a una señora japonesa llamada Yoko (si si, ha de ser nombre común). Dice que conoce 43 países y siempre viaja sola. La pericia máxima estaría en convencer a esta mujer para reproducir la escena de "Rapsodia en Agosto" donde la vieja corre con el paraguas bajo la lluvia, pero en La Paz, con montañas similares de fondo (que las hay) y nosotros en el papel de los nietos gritando ¡kobacha! ¡Kobacha! (o lo que mierda digan).
Ventajas del proyecto: en La Paz llueve a cada rato, no sería difícil conseguir las condiciones climáticas. Otra: las señoras japonesas son todas más o menos parecidas.
La simulación no tiene por qué ser una mala copia de la realidad, puede ser mejor.