Quizás los aviones caigan como palomas despistadas que se encuentran con el plomo, quizás.
Cuando era chico un vecino más grande me regaló su colección de revistas de aviación. Al medio traían una sección donde relataban grandes accidentes aéreos de la historia. Para hacerlo más morboso intercalaban transcripciones de las cajas negras: últimos saludos, indicaciones inútiles del piloto, gritos entre paréntesis. Una fiesta flotante, una tragedia encapsulada por el aire, tan hermoso.
Adiós mamá, adiós (gritos)
Después colgué tres posters en el ropero: un Mig-21, un A-10 Thunderbolt II y el SR-71 Blackbird. Como a mis viejos siempre les gustó viajar desde chico pude volar, conocer lugares. A costa, por supuesto, de que el presupuesto familiar de clase media fuera totalmente destinado a eso y no nos diéramos 'otros gustos'. De grande empecé a viajar por mi cuenta, siempre tratando de ir más lejos, más alto, más solo. El problema: no hay nada pero nada en el mundo a lo que le tenga tanto miedo como a subirme a un avión. Detesto volar, me desequilibra a extremos impensados la idea de que entre mis pies y la tierra haya espacio, mucho espacio; eso de la tragedia en una cápsula capaz, me aterra. No importa, me obligo, soy más fuerte que yo. Pero los métodos para torcerse a sí mismo tienen sus nefastas consecuencias. Cierta vez, haciendo una escala en Chile para cambiar de vuelo, estaba tan lleno de pastillas para la ansiedad que casi me pierdo en el aeropuerto y me quedo sin retorno. Por otro lado odio los psicotrópicos de venta en farmacia y no los tomo a menos que, por mis niveles de stress, sea absolutamente necesario.
Uno de mis mejores amigos es piloto y cada tanto, como para ver si se me va el miedo, me lleva a dar una vuelta por encima de mi pueblo natal. No hay caso, el pavor prevalece, la profunda sensación de angustia en la boca del estómago, Pan me intercepta, el que se le aparece a los viajeros y a las ninfas, el que disfruta causando terror. Siempre
todo va acompañado del susurro de una siringa, por supuesto.
Sin embargo, pocas cosas me obsesionan como los aviones, los aeropuertos y la erótica sensación de catástrofe que eso me provoca. No dejo de soñar con aviones, nunca, siempre variantes de un mismo tema: tengo que volar, algo sucede dentro o fuera del avión, en vuelo o en tierra, siempre un vuelo frustrado, un avión deforme.
Anoche soñé que tenía que volar y le pedía a mi prima las especificaciones del avión, ella me decía que tenía seis años, que ya era obsoleto. Pero yo viajaba igual. Estaba sentado atrás de una chica con la que hablaba, no tenía cinturón y comienza un aterrizaje forzoso, caemos a tierra, los asientos se van para adelante, todo es un desastre. Estoy vivo, me pongo a buscar heridos, pero todos están bien. El resto del sueño, bastante largo, no importa ahora.
Otras variantes: viajo en un avión de dos colas y no encuentro la cabina; pierdo un vuelo por tener que orinar; piloteo un avión desde afuera; en la sala de espera de un aeropuerto veo a los pilotos de mi vuelo, están todos vendados y sus familias lloran. La lista sigue.
Sé exactamente por qué el avión era obsoleto en el sueño, tengo una idea de qué pueden significar los aeropuertos en mi psiquis; tal vez de todo eso provenga el miedo, eso que no puedo (o no quiero) solucionar del todo. Pero la explicación de los símbolos me la guardo para mí, son la medida justa de lo que soy, de cómo me construí a mí mismo y de porqué hoy no puedo sacudirme algunas cosas.
El sentimiento de catástrofe es una espera, un aguardar lo terrible que se mantiene, la presencia de Pan en la boca del estómago. Me encontré con la Coatlicue en el Benito Juárez, me miró de frente con su cara de mil víboras, pero ella no tiene frente...
Yo estaba esperando...
En el caos de Aurora esperaba también; gracioso nombre: Aurora. En Merino Benítez, en Pajas Blancas, Ezeiza, Tocumen, Sandino.
¿Qué esperamos? Con suerte lo inesperado, Confucio dixit: "¿Cómo inquietarse ante la esencia de la muerte?"
Esperamos. Entre los dientes el sabor metálico y misterioso de la catástrofe, aunque en la sala de embarque no se nos permita fumar, a estas horas de la noche, qué remedio...
M.V.
Fotos tomadas en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez, México DF.