miércoles, 30 de abril de 2014

Exagerados


Nosotros. Nosotros los otros. Nosotros los raros, los apartados, los ridículos, los extraños, los frikis, los desclasados. Nosotros los feos, los adefesios, los bichos raros, los desagradables, los repulsivos rostros cambiantes de la extravagancia; locos, delirantes, nihilistas y fanáticos. Anormales, subnormales, metanormales, transnormales, atrofiados; mutantes superdesarrollados, bestias incomprensibles o alfeñiques indignos del empujón que nos mata; pervertidos o asexuados. Borrachos, drogadictos, criminales, enfermos, débiles, golpeados y levantados a duras penas, arrojados a la existencia del margen y la furia: brujos, magos, eremitas, nómades, gerofantes, hechiceros del Sol y de la alquimia. 
Nosotros los monstruos, nosotros los gargantuas y segismundos, Jabberwocky, Ubú rey y Ubú encadenado; hijos bastardos de Ifrit y la Serpiente, íncubos y súcubos, cíclopes, ogros, titanes, ¡Hidras de Lerna! ¡Minotauros sangrantes de la espada de Teseo! Toros blancos como la nieve, cisnes hermosos ¡fiesta de Leda! Sátiros y ninfas, ménades hambrientas de la noche, cuervos de Poe, dragones y demonios, adoradores de Baal, dioses olvidados de Babilonia la infame, ¡séquito perverso de Dionisos! ¡Qué viva el ditirambo, nuestro señor bienamado! ¡Qué viva la fiesta! ¡Evohé! ¡Evohé! ¡Yaco que bramas sobre el mundo! Que se rompan los barcos
de los profetas de la muerte, que crezca la hiedra entre los muros y que caigan, que los peces se cuelen por los ojos de los que no saben ver, que se derrumben los templos, que ardan los ídolos ¡Nosotros los iconoclastas! Que todas las trompetas suenen y revienten todas las ciudades en la música cegadora de la explosión de la vida ilimitada. Orgánicos, hipertróficos, voluptuosos, ambiguos, hiperbóreos.
Nosotros. Nosotros los aislados. Resistentes de las leyes de la especie, perecidos por perder la voluntad de conservarnos a toda costa, de permanecer en nuestro aspecto verdadero. Vogelfrei. Sensibles como la cuerda del arco, como el violín, como el agua calma, heridos, poetas, guerreros, muertos y resucitados. Sin ley, sin dios, sin partido ni causa, fuertes porque libres pero susceptibles al hondazo. Nosotros el peligro inidentificable, invisible y postergado de milenios. Nosotros el error original del hombre primitivo, animales extraordinarios, virus en el virus del lenguaje; coagulados lentamente en el reconocimiento cotidiano del par incuestionable: por la mirada, por la palabra, por el odio, por el desprecio compartido. ¡Ah, si habremos vivido de la impostura! Basta ya de su cama de Procusto, de su conformidad insulsa de ataúd, de frasco, de balanza y regla; de psiquiatras, abogados, policías, maestros, sociólogos, jefes, teratólogos, héroes civilizadores de un intento fallido por encausar el río. 
Seamos río y desierto, inundación y sequía, halcón y jilguero. Extensión de las ramas, búsqueda de luz, de explotar en primavera, de triunfar sobre la muerte, de tirar todo a la mierda, de destruir las ruinas de las ruinas y bailar como Eurínome entre el mar, la arena y la tormenta, con Hefesto, con el día, con el agua, con la tierra, con el fuego.

Risa. Tampoco exageremos. ¡Ay Santo Tomás de Moro! ¿Ocho horas para dormir, ocho para trabajar y ocho para la recreación de la mente y el espíritu? ¿Y qué de lavar los platos, pasar el piso, pagar la luz, el gas y los impuestos, hacerse la paja, chequear el mail, llorar, buscar ofertas en el super, visitar a la madre, tener una novia, cambiarle los pañales a los chicos? ¿Qué de hacer cola en el banco, la municipalidad, las oficinas de la muerte, de cagar en los hoteles, de bañarse para sacarse el olor a gente? ¿Qué de trabajar después del trabajo y pensar en la plata? No funciona el modelo del señor de Moro, no tiene nuestro voto, nosotros votamos al incendio. ¡Fuego! ¡Qué viva el fuego! Único redentor en la tiranía del fuego.

Bien, mucho menos exagerados después, salimos a la calle, al día, a la verdad de vivir que es y no es literatura y acá estamos y crecen las plantas y cada sol sigue su marcha silenciosa y terrible; manejamos nuestros autos, besamos metódicamente a nuestras mujeres, lavamos nuestros platos, colgamos nuestra ropa, nos refugiamos en la belleza de la modorra de la tarde y dormimos nuestro sueño. Es la coreografía pulcra y repetida, el callar el grito ahogado que permite ser todos los días. ¡Todos los días!¡Todos los días hasta el fin de los días y otra vez y otra vez y otra vez eternidad! Eterno retorno de lo mismo: lo que merecemos hoy lo merecemos para siempre.

miércoles, 2 de abril de 2014

Ciudades VII: Auckland, Nueva Zelanda

También: "La globalización o el amor"

Otro larguísimo estudio etnográfico carente de rigurosidad científica, tedioso relato de viaje que en realidad no relata nada o infumable ensayo que promete demostrar tesis que jamás enuncia; producido y maquillado por Mateo Green: armoniquista sin talento, farsante profesional.



"Un pájaro de papel en el pecho 
dice que el tiempo de los besos no ha llegado; 
vivir, vivir, el sol cruje invisible, 
besos o pájaros, tarde o pronto o nunca. 
Para morir basta un ruidillo, 
el de otro corazón al callarse..."
 ('Vida' en La destrucción o el amor, V. Aleixandre)


No Auckland, te re mil juro que no, no me vas a hacer pagar 28 dólares para subir a una torre del orto para ver desde lejos y muy arriba el árbol debajo del que me quiero sentar a leer, osea éste donde estoy ahora ¡en tu fucking cara! ¿Sabés lo que hago yo con 28 dólares? Soy Gardel... Eso sí, Gardel en Auckland, osea que más desubicado y anacrónico que la mierda, cantando "Mi noche triste" en la Queen Street, a ver si los turistas europeos me tiran unos mangos, porque los chinos, qué te digo, esos no te sueltan un penique ni en pedo.

De todos los libros que quería traerme, el único del que estaba realmente convencido no lo encontré cuando armé la mochila: La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre, un pequeño poemario surrealista. Así que acá estoy, abajo de un árbol en el Albert Park (con vista a la Sky Tower) leyendo "Una vida divina" de Sollers por tercera vez. Bien, segundo día en Auckland, empecemos del principio mejor:

Córdoba. Despido a la familia. Lloramos todos un poquito, está bien porque nos queremos, es lo que hay que hacer. ¿Estoy nervioso? Si, pero menos que otras veces. Entro al punto de no retorno, cruzo la puerta corrediza y de ahora en más estoy solo. Me revisan, conozco el procedimiento, el tipo adelante mio en la fila está inquieto, debe ser la primera vez que vuela o lleva una bolsa de merca en el culo, nunca se sabe. Listo, estoy en la sala de embarque, de acá al avión: el miedo máximo. Me escribo con un par de personas que todavía me despiden, me llama mi primo, le escribo a otras que quería escribirles; espero con el celular, basicamente, es mentira que estoy solo, no se puede estar solo en este mundo hipercomunicado.
Es gracioso, muchas veces la gente se esmera, cara a cara, y usa todas sus estrategias discursivas para decirnos cosas profundas y llenas de significado que, la verdad, no nos calientan en absoluto, no nos mueven un pelo; y otras veces, al pasar, sin ninguna intención de generar nada especial, alguien te dice una frase tonta, un chiste, una metáfora simple que abre un recorrido de pensamiento distinto, una 'epifania', digamos. Cuando ya casi la empleada de la compañía recibía mi pase de abordar, a punto de apagar el celular, me llega un último mensaje: "Baile Green! Aunque no sepa". Bien. Me sonrío solo en la sala de embarque del Aeropuerto Ingeniero Ambrosio Taravella y por fin entiendo. Meses de inseguridad y exageración (soy exageradísimo, todos lo saben, la exageración es una de las formas de hacer literatura) y estar tirado, no activar, no estar seguro de nada y ya está, era eso nomás: bailar, porque en la mesa se quedan los aburridos. ¿Qué importa que uno no sepa (estamos hablando de un método) siempre y cuando se divierta en el proceso? Bailo para mí, no para los otros, como M.N en la novela de Sollers, que en un callejón, cuando está seguro que nadie lo ve, esboza un paso secreto de baile. ¿Tengo miedo al avión? Claro que sí, pero desde que esta hermosa señorita con uniforme de LAN reciba mi pase ya estamos en la pista y hay que mover el culo... Bien, excelente y preciso último mensaje, gracias por eso...

Señores pasajeros de Lan con destino a Santiago y combinaciones a Auckland, el comandante y todos nosotros les damos las gracias por elegir este vuelo. Damos la bienvenida especial a los pasajeros procedentes de otras aerolíneas así como aquellos que vengan de una profunda crisis emocional o sentimental y vaguen en la continua búsqueda de sí mismos. Les recordamos que es política de seguridad de la empresa apagar los aparatos electrónicos durante el aterrizaje y el despegue para no interferir con las comunicaciones, así como haberse despojado de sus trabas existenciales y todo aquello que los ate a tierra a la hora de emprender el viaje. Les rogamos que guarden su equipaje de mano en los compartimientos superiores o debajo del asiento delantero, dejando despejado el pasillo y las salidas de emergencia, reales y metafóricas. Ahora por favor abróchense el cinturón de seguridad, mantengan el respaldo de su asiento en posición vertical, la voluntad en alto para ese cuerpo cagón que les tiembla, y su mesita plegada. Les recordamos que no está permitido fumar en el avión ni arrepentirse de lo que han dejado inconcluso. Gracias por su atención y feliz vuelo.

Una hora y media después, 650 km en línea recta, un paseito rápido por encima de la cordillera y estamos en Santiago de Chile. Es milagroso si se lo piensa bien, el avión comercial es el instrumento por excelencia de la globalización, sin la posibilidad de acortar las distancias que nos ofrece la colonización moderna sería imposible. Unas horas durmiéndome en el aeropuerto en Chile, un Airbus 340, un clonazepan para cruzar el Pacífico y ¡zaz! Estoy en Auckland. Es una maravilla, realmente lo es, de un día para el otro hago lo que en el siglo XIX me hubiera costado capaz que meses, esfuerzo, sudor y sangre. ¿Cómo no tenerle miedo a la bestia técnica? En este momento, mientras usted me lee, hay aproximadamente unos 15000 vuelos comerciales surcando el globo ¡Qué maravillas logramos desde el palo y la piedra! ¡Qué saltos desde la invención del fuego! Un Airbus 340 como este son 370 muertos en potencia reventados en una bola de fuego sobre el Pacífico, un Aibus 380 ni que hablar: unas 800 personas gritando en una caída libre de 570 toneladas. Todo en pos de la gloria de la democracia, la globalización y el capitalismo, para que esta señora insoportable de calzas de leopardo que no sale del baño mientras yo me meo en la cola del Airbus 340 pueda saltar como colibrí de aeropuerto en aeropuerto y meterse a los duty free a comprar productos de altísima gama, boludeces de lujo que nadie necesita. Los aeropuertos son shoppings organizados, la globalización es que estos ingleses que están en la mesa al lado mío (porque ahora escribo en la terraza del hostel) puedan hablar como lo están haciendo de los productos INGLESES que compraron en una casa de productos INGLESES en Auckland, del otro lado del puto mundo... ¿Me puede decir alguien cuál es el sentido de todo esto? ¿No viajamos acaso para ver 'lo otro', 'lo diferente'? No, la cosa es distinta. NO la voy a hacer breve porque tengo ganas de escribir, así que se la banca o se va, juegue al Candy Crush, perezca, no me interesa...

Jack London habla en "Relatos de los mares del sur" del inevitable hombre blanco, ese hombre testarudo, conquistador a ultranzas, que a toda costa intentará darle al mundo su propia forma, volverlo semejante a sí mismo; es inevitable porque no puede ser evadido: se los mata y otros vienen en su lugar; tercos, brutos, bestiales como aplanadoras. En escasos cien años el hombre blanco le ha dado su forma al mundo, hoy los gringos pueden comprar cosas de gringos en cualquier parte de la Tierra, nada más que eso es la grobalización: que todo sea aburridamente lo mismo en todas partes. Para el hombre blanco la globalización es una de las formas del amor.
El hostel en el que estoy es del primer mundo, estoy en un país del primer mundo, así que me metí al jacuzzi (si estás en Roma has como los romanos) y me puse a charlar con un yanqui que laburaba en Afganistan. El tipo me decía que los afganos no quieren 'aceptar los valores de la democracia'. ¿Democracia? ¿Esa cosa más o menos esbozada por un par de griegos, perfeccionada en Roma y llevada a sus últimas consecuencias (osea la tirania global) por los EEUU? ¿Qué tienen que ver los afganos con eso? Nada de nada, pero el hombre blanco es inevitable, necesitamos poner Mcdonalds en Kabul, es imperativo para nuestra supervivencia como civilización que el mundo se parezca a nosotros... Lo gracioso de la manera de pensar de este señor es que efectivamente pensaba que la intervención estadounidense en Afganistan era un bien absoluto, una forma del amor... El amor narcisista y neurótico de reconocerme en el otro, de transformar al otro en mí mismo si se niega a ser como yo. Pero el verdadero amor es como la guerra, no su guerra pelotuda de masivos bombardeos anónimos señor yanqui, sino la guerra de Aquiles que busca, entre el polvo de la batalla, a Héctor, porque entre todos es su igual máximo, la máxima otredad, el máximo enemigo. Solo puedo amar verdaderamente a lo que es otra cosa distinta de mí, aquello que me falta, cuando la transformo para que se me parezca empieza el tedio del espejo.

Nueva Zelanda fue uno de los últimos lugares del planeta al que llegaron los humanos. Los maoríes no pusieron pie acá sino hasta aproximadamente el IX de la era cristiana, y los europeos empezaron a llegar en serio (a romper las bolas) recién en el siglo XVIII con James Cook. Lo que es mejor: hasta que llegaron los maoríes ni siquiera había otros mamíferos que los murciélagos. La falta de depredadores mamíferos hizo que en las dos islas que componen el país pulularan diversísimas y extrañas especies de pájaros, como el kiwi que hoy está en peligro de extinción o la gigante moa, ave no voladora que podía llegar a pesar más de 250 kgs, extinta por la cacería maorí... Esta era una tierra de ovíparos hasta que llegamos nosotros con nuestra pesadez mamífera, nuestro neurotismo de exceso uterino a romper con la belleza de la liviandad y el viento, de la copula sin beso entre las plumas.

Bien, me estoy yendo de mambo. Pasan cientos de años, llegan los mamíferos, se extinguen las moas, James Cook, los hermanos Wright inventan el avión y, por ende, los Free shops, la señora de las calzas de leopardo interrumpe mi ingreso al baño del Airbus, aterrizamos en Auckland. Estamos en el baile, hay que bailar... Son las cuatro de la madrugada horario local, paseo con mis cosas por el aeropuerto, me compro el atado de puchos más caro de mi vida porque tengo muchas ganas de fumar, no me importa. Espero que se haga de día y tomo un colectivo al centro. ¿Cómo es Auckland? Es la ciudad más europea que he visto (yo que nunca he estado en Europa), no en infraestructura sino culturalmente, digamos. Terriblemente cosmopolita, la mayoría tiene fisionomía caucásica, pero hay algunos maoríes y, por supuesto, está plagado de asiáticos.
Lo básico: llego al hostel, dejo las cosas, voy a hacer un trámite. No puedo hacer el check-in hasta las dos de la tarde así que camino porque es lo único gratis para hacer. Por Queen street hasta Victoria y a la Sky Tower ¿28 dólares? Ni en pedo subo. La ciudad es limpia, algunos caminan en patas, me gusta eso, pero no deja de ser una ciudad y ciudad es siempre mugre. Tomo para el otro lado por Victoria street y llego al parque Albert. En una esquina la galería de arte, entro, nada nuevo, nada raro, nada que me sorprenda, las galerías de artes son también unas especie de shoppings; por ahí tendría que haber tenido a alguien (no a cualquiera, contadas personas me refiero) para hablar, el discurso siempre engalana la cosa. Así que salgo y camino por el parque Albert, ahora sí me va gustando más, es un parque de césped precioso y cuidado, grandes lomas, árboles grandes y raros, la gente está tirada por ahí tomando sol, el clima es perfecto.
Me tiro en un lugar lo suficientemente lindo y lo suficientemente alejado, es la primera vez que freno desde que salí de Carlota ¿es la primera vez que freno desde cuando? ¿dos días, una semana, un mes, un año? Freno y estoy acá, en Auckland, soy un mamífero, nieto de inmigrantes europeos en una isla del Pacífico Sur que antaño pertenecía a las aves, Nosotros el inevitable hombre blanco la hemos transformado, esto es la globalización, esta es la forma neurótica del amor que conocemos. ¡Ah, yo vine para buscar al monstruo en el laberinto y no encontré más que otro Teseo!
No sé porqué pero me lago a llorar, capaz porque por primera vez en mucho mucho tiempo estoy absolutamente seguro de dónde estoy, de lo que tengo y lo que no tengo, desconsolado lloro como si fuese un nene y de repente, entre moco y moco, me largo a reír, también como un nene. No me da vergüenza decir que lloro, no lloro nunca así que me lo merezco, es un regalo. Soy un nene de nuevo, tengo diez años y estoy en Albert Park tomando sol, tengo veintidós y estoy en un hotel en Honduras leyendo a Phillippe Sollers, veintisiete y con el mismo libro en Nueva Zelanda, soy adolescente y trato de explicarle a una novia un cuento de Jack London pero ella me mira aburrida. Identidad: soy esto, ahora, aquello que fui, en una vorágine perversa, frenarse es llorar y reír, ver la tragedia y comedia de la vida desde el lugar privilegiado del espectador; después solo nos resta intentar vivir, vivir, mientras el Sol cruje invisible, mientras tu corazón de mamífera no calle más allá del mar y un pájaro de papel extinto me susurre que el tiempo de los besos no ha llegado.

Bueno, otra vez exagerando Mateo. En el pasillo del hostel me cruzo con una chica absolutamente desnuda que me mira y me dice "hi", así que no me puedo quejar. En la pieza tres alemanas, no me gustan porque son rubias y yo soy un fundamentalista de morochas y simpatizante de coloradas; son amables las alemanas, pero tienen esa amabilidad de robot que me resulta insoportable. Después se van y las reemplazan cuatro inglesas y un inglés. Es la noche del dos de abril (aniversario de la Guerra de Malvinas) y escribo esto rodeado por el enemigo nacional, ni a ellos les calienta ni a mí, nacimos todos después de 1982, para ellos no debe ser ni contenido de historia en el secundario. La globalización borra las diferencias ideológicas en la gran nulificación totalizante de la única ideología verdadera: la economía mercado. Hoy fui al supermercado y me mareé en la superabundancia de los entes, es increíble, increíble todo lo que no necesitamos, increíble la voluptuosidad glotona y narcisista del inevitable hombre blanco. Chinos, maoríes, argentinos, negros, ingleses, malayos, todos somos 'hombres blancos'.

Y son las doce de la noche y voy a cerrar esto así nomás sin llegar a nada interesante porque la inglesa me apagó la luz y me tengo que levantar temprano para ir a Gisborne a ver si laburo. Inglesa hija de puta. Otro día cuento del chileno que conocí, del tipo que me ofreció ser parte la la cruz roja y fingí que no hablaba inglés, del mochilero mendigo que vi en Queen street, del viejo tocando la guitarra, de cuando me metí al sauna, de las casas de prostitución, del gringo al que se le incendió la parrilla en la terraza y qué se yo... Bue, en fin: las anécdotas boludas. Tendría que leer los diarios de Cook, como para tener un norte literario de como se hace esto, pero mi motivación actual para escribir es la falta de plata para ir al bar de acá a la vuelta, así que no.

Saludos mamíferos míos de cuerpos pesados y adiposos. Bailen aunque su contextura de oso, elefante o ballena les quite la gracia, bailen aunque no nos esté permitido ser pájaros...

jueves, 20 de marzo de 2014

La ciencia ficción y el deseo (proyecto literario)

Yo pensaba que el amor era una droga sigilosa, una espera de milenios, un discurso, el olor del todos los coitos en los últimos segundos de Nagasaki o un verso de Safo recitado en ruso por un liquidador dentro del reactor número 4 en Chernobyl. El amor, esa cosa radioactiva y venenosa que se dilata, se expande, quema la carne y nos vuelve inhabitables. ¡Pero no tontitos! El amor es un problema de física teórica, o a lo sumo un problema tecnológico a la hora de la aplicación práctica. Digamos, el amor en el mundo moderno (el mundo técnico) es un problema digno de la ciencia ficción.



Boceto primera narración: "Santiago Scapinardi, viajero superlumínico"

Tercera persona. Santiago Scapinardi es un empleado administrativo de una oficina en EPEC en algún pueblo del sur de Córdoba. Como buen empleado público trabaja lo mínimo y necesario y envejece felizmente metiendo datos en una computadora. Santiago Scapinardi no sabe que hoy en un observatorio de la Antartida han descubierto ondas gravitacionales, ecos del Big-Bang, el tejido del espacio-tiempo se ondula y con él, se ondula también Santiago Scapinardi, porque como parte de este cosmos no deja de ser espacio-tiempo.
Santiago Scapinardi tiene un escritorio capaz de generar campo warp. Como todos sabemos, la teoría del campo warp dice que la mejor manera de viajar a velocidades lumínicas o superiores sin sufrir la dilatación temporal planteada por la relatividad especial es, justamente, no moviéndose, sino haciendo que el espacio alrededor de uno se mueva. Básicamente, si yo pudiera generar un campo warp estaría curvando el tejido del espacio de manera tal que se "arrugue" frente a mí y se "estire" detrás mio; yo ni me estiro ni me arrugo (recordemos que también soy espacio-tiempo) porque estoy dentro de una "burbuja warp", como un surfista arriba de una ola, me muevo pero no me muevo. El problema de la relatividad, de la velocidad de la constante de la luz y la dilatación temporal, se esquiva justamente porque aunque me desplazo no me muevo, estoy estático. 
Santiago Scapinardi está estático, así lo ha estado por años pero, nadie lo sabe, él es capaz de viajar a velocidades superlumínicas. Mucho más que la velocidad de la luz, mucho más allá, mucho más lejos. Santiago Scapinardi marca tarjeta para salir y en ese preciso instante se desplaza a su domicilio en su escritorio generador de campo warp, donde su señora lo espera con el almuerzo listo.
Durante años Santiago Scapinardi ha mantenido conversaciones telefónicas con una mujer más o menos de su edad que trabaja en una seccional de otra ciudad. Primero solo por cuestiones meramente laborales, pero sabemos cómo son estas cosas, uno se enamora de una voz, las cosas que viajan muy rápido generan radiación y estamos perdidos.
Casualmente esta mujer, Anita Gomez, también tiene un escritorio generador de campo warp. Ninguno de los dos puede moverse, pero sí desplazarse. ¿Cómo se aplica la teoría del campo warp en estos casos? ¿Qué pasa si en su intento por acercarse mutuamente, en este acercamiento que no sería acercamiento, arrugan tanto el espacio entre sí que no pueden encontrarse? Como las dos prensas de un acordeón. Necesitaríamos algo así como planchar el tejido espacio-tiempo, pero sabemos que estirar el tejido es alejarse. Un problema de amor de la física teórica y el planchado moderno.
Santiago Scapinardi sabe que no puede moverse, no está en su naturaleza simplemente tomar un colectivo y tener iniciativa, solo puede él dejar que el universo lo viaje, que las cosas pasen a través de sí en la maravilla del doblez cósmico, de la gravedad fingida por su escritorio denso que hace que las cosas se muevan a su alrededor, graviten en torno a él. Santiago Scapinardi no se mueve, Anita Gomez no se mueve. El universo, fatalmente, no hace otra cosa que moverse.

Boceto segunda narración: "La relatividad especial y nuestra manera de encontrarnos"

Primera persona. El personaje/narrador conoce una chica en un bar, pongamos por caso. Bien. Es linda, inteligente y tiene buena sonrisa. No conforme con la diferencia de edad, el personaje/narrador, ingeniero espacial y físico teórico, construye una nave capaz de viajar a velocidades cercanas a la de la luz. Así, carga un par de provisiones (latas de arvejas y sopas en polvo mayormente) y se dirige a Proxima Centauri, ubicada a 4,22 años luz de distancia de la Tierra. Por la dilatación del tiempo por velocidad sabemos que cuando el personaje/narrador regrese de su viaje a velocidades cercanas a la constante de la luz, la chica habrá envejecido más que él, acercándose a la edad que el desea que tenga, es decir, la propia. Así que ahí vamos, Proxima Centauri.

Problemas posibles:

Posibilidad 1- El personaje/narrador no es tan buen físico teórico y olvida hacer los cálculos de la dilatación del tiempo por gravitación, por lo que al volver a la Tierra la chica ha envejecido más que él. ¿Le sigue pareciendo atractiva? En tal caso ¿La chica/objeto, ya mayor, habrá pasado de jóvenes inexpertos que han estado los últimos años comiendo arvejas en una nave espacial? ¿Será necesario meter de prepo a la chica mayor/objeto en una nave espacial camino a Alpha Centauri para corregir nuevamente el defecto de la edad?
Posibilidad 2- El personaje narrador hace correctamente los cálculos y, al regresar, la chica/objeto tiene la misma edad que él. Pero como buen físico teórico el narrador/personaje es un pésimo filósofo/psicólogo, por lo que no calcula que la chica/objeto es absolutamente otra, no más deseada, no más deseadora, tal vez ya tiene tres chicos y está felizmente casada con un profesor de geografía. Desahuciado, el personaje/narrador se encuentra joven en un mundo viejo o de cuerpo joven en un mundo al que entiende como un viejo. Puede que se suicide y termine siendo una novela de ciencia ficción existencial, única en el género.
Posibilidad 3- El personaje/narrador vuelve a la Tierra y la chica/objeto ha muerto. Sin objetos de deseo la vida carece de sentido. Desahuciado, el personaje/narrador se pone a sí mismo en una cámara de estasis y emprende un viaje a velocidades cercanas de la luz hasta los límites del cosmos. Más allá de la Vía Láctea, más allá de Andrómeda, mucho más allá. El tiempo pasa en el universo. Millones de años, miles de millones de años, las estrellas colapsan y nuevas se crean, la entropía aumenta más y más, el universo se comprime, se apaga se hunde en la Oscuridad absoluta, solo un haz de luz, un último ser vivo a solas con Dios viajando en el tiempo y el espacio, mucho más allá del tiempo y el espacio hasta que... De repente... ¡BUM! ¡Otro Big-Bang! El universo se resetea y recomienza en su infinita igualdad a sí mismo, todos los sucesos cósmicos se repetirán tal cual hasta dar cabida a la Vía Láctea, al disco de formación planetaria del sistema Sol; luego la primera baba de aminoácidos, un primer pez tímido arrastrándose por la superficie de un continente muerto, los procesos de extinción masiva, los dinosaurios, el hombre de cromagnon, Sargón de Acad, Alejandro Magno, la revolución francesa, la invención del pancho y la música disco. Acá estamos. La nave del Eterno Retorno con su ocupante que no ha envejecido en los últimos miles de miles de millones de años regresa a la Tierra. El personaje/narrador entra a su casa y se encuentra a sí mismo, al sí mismo del nuevo universo. Debe asesinarse para ocupar su propio lugar, eso es obvio. Esconder el propio cadáver no debe ser tanto problema porque sino estaríamos entrando en el terreno del policial, y no queremos eso... Después el personaje/narrador va al bar, se encuentra con la chica y sí, por ahí va la cosa, segunda oportunidad de refundar la eternidad, ¡en tu cara Nietzsche!...
-Hola...
-Hola
-¿Vos bien?
-Sip, bastante.
-Me alegro.

(Y así es como el universo es una caja de sorpresas)


jueves, 6 de marzo de 2014

La destrucción del nuevo oikos

Y la fundación de los nuevos dioses en el eterno retorno de lo mismo

"¿Tiemblas, cuerpo mío? Temblarías mucho más si supieses adónde te llevo." (1)
-Turenne-

(1) La cita está tomada del Libro quinto de La gaya ciencia en berretísima versión. Un lector avezado en lenguas podrá notar que la traducción más adecuada para "carcasse" es "esqueleto" antes que "cuerpo", pero cuerpo me gusta más y, como siempre, me chupa un huevo. Traduttore traditore.

Yo quería vivir. Yo quería una noche voluptuosa y un día exuberante, para alternar entre el rapaz y el niño, saboreando cada matiz perceptivo, perdiéndome en la fascinación que me provocan los intersticios de tus palabras, acechantes y peligrosas: siempre un significado oculto al lado del camino esperando para saltar a mi garganta y dejarme mudo. Ahí, justo ahí donde Aquiles le clava la lanza a Héctor y lo deja sin voz, ahí quería yo atragantarme de tu nombre y vomitar mi corazón rojo y violento, sangrante como vos, como la noche que quiero, como el día que merezco.

Hoy es miércoles de cenizas, el día en que recordamos que vamos a morir (porque polvo eres y en polvo te convertirás), todavía nos quedan cuarenta días de desierto antes de encontrarnos con nuestro destino, la buena nueva no ha sido dicha, este es el preludio, el sinsentido más profundo antes del sentido. Pero para cantar hay que hacerse de una voz, para morir hay que estar vivos.

La casa ha sido desarmada con el mayor de los desganos. Los cajones apilados por ahí y el ropero obstruyendo el pasillo, la ropa escapándose por todos lados como vómitos de tela, los ceniceros rebosantes de su porquería y todos los objetos que fueron mi fiesta cotidiana arrojados con desdén a cajas de cartón para aceite, galletitas y latas de arvejas....




He perdido el respeto por lo que me constituía, muerto y arrojado soy de nuevo polvo. ¡Casa bien hecha desde cimientos! Mueres solo porque te hemos habitado, ¡qué viva la vida nómade! La existencia peligrosa del Homo Peregrinus...


Para matarte, Casa, primero tuvimos que olvidar lo que era olvidable, todo ese desperdicio de palabras que creíamos formaban nuestra identidad...


(Identidad, esa estupidez colectiva de los que no se animan a negarse, a reinventarse en el poder del olvido)



Verba volant, scipta manent dicen los débiles, pero nosotros no queremos más una existencia asfixiada por papeles...


¡Queremos un nuevo Sol!


Un nuevo río....


Nuevas batallas...


Para entregarnos en sacrificio ¡desarmados si es necesario! ¡Condenados! ¡Mutilados! ¡Crucificados!


Al único dios verdadero de la Vida...


Al dios verde e invasor


Al dios rojo del verano


Ese dios vuelto en gris cuando se esconde...


Ese dios paciente que de un suave aletazo hace tormentas...


Que encarna la bravura del mar...


Tanto como su calma.


Olvidar, olvidar ¡olvidar para vivir! Tuvimos que dejar de lado todos nuestros falsos ídolos, encerrarlos en un ocaso de diarios viejos, en un sueño de tinta y papel barato.


No se puede andar por ahí con el corazón cargado de estatuas y templos, qué lo divino sea tan fácil de encontrar que no se nos pierda nunca, qué con abrir los ojos lo veamos, qué con extender la mano lo toquemos, qué con morder la fruta esté en nosotros.


Tal vez el camino traiga oscuridades, claro...


El recuerdo de la familia...


y el silencio de los amigos que están lejos.


Pero el premio del día es para los que se arriesgan a la noche más oscura. Aunque la nostalgia del hogar pueda quebrarnos, hará falta poner los recuerdos a secar,


dejar todo limpio


de asuntos pendientes,


pero sobre todo (y este es el máximo mandato del dios de la Vida) no hay que ser cagón...


Porque los cagones no entrarán al reino de los cielos


que, por supuesto, está en la tierra,


tanto en la belleza de lo salvaje


como en su representación.


Es por eso que me voy, sí, me voy y te dejo sola...


Sé que nunca tuvimos una fiesta de amor (sí, dije 'amor', esa palabra tontísima), que no hubo noche en que te bese cuando estabas distraída, ni te elogié el vestidos, ni probé tu carne hasta el cansancio, ni le ofrecí un último banquete a tus sollozos...


Fue un amor de la palabra (¿es acaso otra cosa el amor?), y por tanto, porque verba volant, te dejo los venenos más deliciosos para que olvides cualquier vestigio de mí.


Para saber regalar hay que saber abrir las manos y la avaricia ha dejado al cerdo sin pulgares oponibles, sin dedos que agarren y que suelten.



¡Que otro coseche en mi huerto lo que he sembrado yo!


Será ese mi presente más desinteresado para el mundo... No me importa, sé que atrás del tiempo, del tiempo circular y que retorna, que atrás de la danza infinita de los siglos, los milenos, los eones...


Atrás del tiempo hay otro tiempo donde te veo reírte otra vez, bellísima y joven de dientes blancos y abiertos. Atrás del tiempo hay otro tiempo donde retornan los días del vino y las rosas, donde los mismos amigos esperan con las copas igual de vacías para repetir las mismas dichas en la fiesta de las mismas noches...


El dios de la Vida nunca muere, y volverá con el estómago vacío a hartarse otra vez del festín de sí mismo. Todo lo que sucede es lo que tiene que suceder, por eso hay que levantarse y exigir que se repita.

Yo te dejo casa, yo que soy polvo te dejo, yo que quería la vida más profunda te dejo ahora que estoy oliendo a muerto, yo te dejo con una cruz negra en la frente, te dejo porque este miércoles de cenizas es también promesa de domingo de resurrección... Por eso me voy con una imperceptible sonrisa en la comisura de lo labios...


Una sonrisa perpetua que sabe que la vida y la muerte no son dos cosas diferentes...


sino diferentes estados de una misma cosa.

No hay otra manera de estar vivos que temblando de cara al vacío, llenos del miedo y la alegría de la nada.

Vivan forros, vivan larvas mediocres sentados como yo en sus estúpidas computadoras. Levántense ahora y vivan, porque eso que están haciendo en este preciso momento lo van a repetir una y otra y otra vez de la misma manera. Hay una sola posibilidad de fundar la eternidad, y es ahora mismo.

viernes, 21 de febrero de 2014

Ciudades VI: Río Cuarto y el hinduismo

Este texto es largo y aburridísimo, pero si lo empiezan a leer lo leen todo ¿estamos? Porque me revienta que no lleguen al final donde los mando a la concha de su madre... Ups ¡spoiler alert! Este es el momento para irse a la bosta hijos de puta, no después.


La ciudad siempre fue media verga, en ese sentido no cambió, aunque como las víboras tenga piel nueva. Hay más edificios, las calles aledañas están más rotas y los negocios nuevos son más chetos y odiosamente espectaculares; sin embargo todo sigue hablando de mí, soy narcisista. 
Entra el colectivo por lo que antes era el puente nuevo que ya no es más nuevo porque otros puentes se han tendido, también odiosamente espectaculares. Veo por la ventanilla los monoblocks viejos y derruidos en los que vivía cuando estaba acá, igual de viejos y derruidos, como si la destrucción tuviera un momento de suspenso que es como una conservación atrasada: Visnú pone su dedo sobre la frente de Shiva y todo se desacelera, pero suspensión no es detenimiento, sino ojo en la tormenta del tiempo, los edificios y los habitantes continúan su lenta marcha hacia la muerte. ¿Vivirá ahí todavía la flaca que hablaba conmigo de ventana a ventana, la que se agachó asomando los ojitos cuando escuchamos unos tiros y la policía, la que se cayó conmigo en el piso de la cocina y nos terminamos besando? ¿Y ese chico rubio, el Tadzio de la barriada riocuartense? ¿Y la vecina de mierda que siempre nos denunciaba?
Recuerdo los lugares (o más bien asocio los lugares a recuerdos específicos) con bastante exactitud, puedo medir los cambios de las cosas en el detalle, pero caminando por la ciudad ya no puedo ubicarme para ir de un lugar al otro. Una de dos: o la ciudad o el recuerdo se volvieron fragmentarios, uniéndose las locaciones de maneras misteriosas, marcadas por el azar. Por ejemplo: el departamento de L. está en una calle que creía que me iba a encontrar dos cuadras más allá; pero a la vez no es el mismo departamento de la calle Buenos Aires que una vez hace unos años L. me prestó para que fuera a encontrarme con alguien, alguien con quien después de un boliche que tenía el nombre de una cantante francesa en que nos pusimos en pedo y bailamos hasta que nos dolieron los pies, nos besamos y me dijo: "Mateo el vanidoso, siempre consigue lo que quiere". Por entonces era cierto, Mateo el vanidoso siempre conseguía lo que quería y no había jamás conflicto entre el deseo narcisista de satisfacción en mí mismo y la disponibilidad de los objetos externos de deseo que me procuraba a fuerza de una voluntad joven y decidida que, como las calles de la ciudad y el departamento de L., se ha relocalizado de una manera azarosa que hace difícil encontrarla, a pesar de que no por eso haya dejando de existir.

Releo este texto a medida que lo escribo y me da la sensación que bien lo podría haber escrito un tipo de cincuenta años medio nostálgico, pero la ciudad no me da nostalgia sino recuerdo frío, y yo tengo veintisiete y estoy a punto de irme a la mierda otra vez. La Trimurti es Brahma el dios creador, Visnú el conservador y Shiva el destructor; yo quiero que esta ciudad y todas las otras se prendan fuego y abran lugar a Brahma otra vez, yo quiero la destrucción ahora... Por favor, recordemos que soy narcisista y todo habla de mí, no estoy en plan de generar incendios reales (todavía). En orden para escapar sin nostalgias hay que saber matar y romper todo, como Cortéz que quemó las naves para que los soldados no se quisieran volver a España: conquistar o morir. En ese plan estoy, una ciudad a la vez.

La palabra "nostalgia" proviene del griego 'nostos', regreso, y 'algos', dolor. Nostalgia era el dolor, pongamos por caso, del guerrero que se iba a Troya por la casa, la patria y los amigos que se dejaban. ¡La nostalgia es cosa de putos! Todos leímos la Illiada y la Odisea, sabemos que esos griegos eran unos putos bárbaros que vivían peleando por boludeces, como que a Aquiles le matan al noviecito. Hay que aprender a irse sin ese dolor patético que no es cosa para los que aspiren a grandes viajeros. Gide dijo en 'Los alimentos terrestres' algo como No hay nada más peligroso para ti que tu casa, tu habitación y tu pasado. No, no es cita exacta, no tengo el libro a mano así que invento, pero estoy casi seguro que la palabra que usa es PELIGROSO, me encanta que use esa palabra (o que yo use esa palabra cuando lo distorsiono), porque peligroso es lo que te daña y sí ¡quieran conformarse con sus vidas! Pero la mediocridad es peligrosa y se contagia. 

Llego al departamento de L. que me va a hospedar como la impecable amiga que es. Tiene una alumna así que me meto en la pieza a esperar; por la ventana se ve la cúpula roja de la Iglesia de San Francisco cubierta de palomas, una vista única. Después salimos a caminar con ella y otra chica más, que como la tienen clara puedo ir mirando sin pensar dónde estoy, entregarme a la fragmentariedad de los lugares. Más tarde me encuentro con otra amiga en un bar, vamos a una galería a fingir tomar el té en una instalación que habla de la destrucción, nada es tan azaroso en realidad, sincronicidad de Jung: sucesos relacionados por el sentido de manera no casual. Salimos, vemos una banda de cumbia en la plaza, trajeron a la reina del carnaval y a dos minitas con el culo al aire para que se paseen frente al público, un loquito hace un meneo sexy, una enana baila muy contenta; es lo carnavalesco de Bajtín auspiciado por la Secretaria de Cultura de la municipalidad. No puedo dejar de tener conceptos en la cabeza, todo me evoca una idea que relaciono con algo, mi pensamiento es fundamentalmente ensayístico, veo el mundo como un ensayo ¡ese es el género de la vida! Por eso no sé narrar... Veo a la reina que me parece fea e insípida y pienso entonces en una idea que me atribuyo: la verdadera reina del carnaval nunca va al carnaval porque no necesita la aprobación del público para saber que es reina, el carnaval es un suceso mimético y vulgar en el que con la máscara de la belleza se intenta imitar la verdadera belleza... Soy tan intelectual dentro de mí mismo que me doy nauseas. Cuando tenía once años y en los carnavales de Villa Dolores cegábamos a las chicas con espuma para tocarles el culo no pensaba en esas boludeces, no me había contaminado la cabeza con Bajtín todavía... Bueno, vuelvo a la parte narrativa sino me cuelgo en cualquiera. Así que después fuimos al Viejo Mercado (cruzando del boliche que antes tenía nombre de cantante francesa) a ver un dúo de piano y violín que tocaba tango y un viejo nostálgico que tocaba canciones con su guitarra, que me hizo acordar a Daniel Viglietti, tenía la misma voz y esa actitud pedorra de setentista. Más tarde con L. fuimos a un bar muy bueno a ver algo de folklore, nos rajamos temprano porque yo no daba más del sueño. Llovía. Estuvo bien. Dejo tres mariposas de origami arriba de la mesa.
Todo ese despliegue cultural en menos de ocho horas, como cuando vivía en Villa María o me iba a Córdoba en tren los fines de semana y me cagaba haciendo ese tipo de cosas todo el tiempo. Entonces me castigo de nuevo por haberme vuelto a vivir a Carlota hace casi dos años, pueblo barbárico de vieja chusma que ni librerías tiene... Pero después pienso ¿para qué? Si total me cansé del exceso de todas estas boludeces y no quiero pensar más en Bajtín y preferiría volver a meterme tocando culos al carnaval como cuando tenía once. Vivo en la tensión de preservar lo que tenía de genial (Visnú) y destruírlo del todo (Shiva), estoy ahí, en el punto medio. Después vendrá Brahma (el dios, no la cerveza que es un asco), y de él no sabemos bien si restaura lo destruido o crea algo nuevo. Bien, a ver qué onda con Brahma, me voy a la mierda Río Cuarto, prendete fuego.

Me despido de L. en la terminal que se va a Córdoba y me vuelvo a Carlota. Terminales que conectan las ciudades donde viví, estudié y laburé: Córdoba, Carlota, Alejandro, Reducción, Villa María, Alta Gracia. Que se prenda fuego la provincia... Otra vez, no se ofendan, es metáfora generada por mi narcisismo que interpreta las ciudades como significados ligados a mi persona y a mis consideraciones sobre la religión hindú.

Llego a Carlota y me siento a escribir esto. Tengo encima del corazón el "corazón oprimido", oprimido por el reflejo de lo que lo ha colmado de sí mismo, para Barthes solo los enamorados y los niños tienen un corazón oprimido. Veo la imagen de lo que me colmaba y como ese espíritu ahora se me niega solo quedan despojos. Todo eso según Barthes, claro está... Tomo mates con mi vieja y ella no sabe que tengo el corazón oprimido; Emma Bovary, mi perra, me hace fiesta cuando llego y no sabe que tengo el corazón oprimido. Es un embole, tanto quilombo y tanta nafta gastada para no estar seguro si es la ciudad o yo lo que se prendió fuego.

Hasta mi perra tiene nombre intelectualoso ¡Emma Bovary! Soy un pelotudo... La intelectualidad es lo mismo que la masturbación (¿algo con pajonal era el nombre del bandoneonista que nos daba risa?), es un placer que en realidad no se comparte y no tiene finalidad alguna.

Termino el texto, lo releo y me sigue pareciendo escrito por un viejo de cincuenta años, puaj... Sigo escribiendo bien y no corrijo porque estoy seguro de lo que produzco, pero D. me dijo que escribía con angustia ahora. Puaj. En próximas entregas, intentos de destrucción de Villa María y Córdoba, Alta Gracia si alcanza la plata.
Qué me calienta, igual escribo para mí, soy narcisista. Lo publico igual y váyanse todos a la concha de su madre.

Saluda Atentamente:
El niño de cincuenta años.



domingo, 26 de enero de 2014

Ciudades V: Vientiane, Laos


-Fragmentos de cuaderno de viaje, República Democrática Popular Lao, enero 2013-

Si Cristo volviera, si al Buda Maitreya se le ocurriese aparecer o a Mahoma bajar de los cielos de una vez por todas, tendrían que venir a Vientiane. Vos también Zaratustra, si se te diera por mezclarte otra vez entre las gentes y predicar bailando para que nadie te escuche en una plaza pública, tu plaza estaría en Vientiane.
Sol. Vientiane es una ciudad de primavera, de clima agradable en el más amplio sentido del término. Sonríen, los laosianos sonríen y son sinceramente amables o no lo son en absoluto. El país es un comunismo de cartel, con empresas privadas y en pleno proceso de occidentalización. Pero, a diferencia de Bangkok, Vientiane sigue siendo profundamente 'oriental' (a mis ojos occidentales).
Durante la guerra de Vietnam, una parte del país fue invadida por el Viet Cong para establecer la ruta de suministros de Ho Chi Minh. Los americanos, ansiosos por cortar esa ruta e impedir que el comunismo se propagara por Laos, inició una de las masacres más grandes y menos conocidas de la historia moderna, bombardeando masivamente Laos con la cantidad de media tonelada de explosivos por habitante. Nada en pie, al paso arrasador de los B-52 por sobre el cielo nocturno. Sombras.
Esta gente, pacífica y tranquila, lleva en la sangre la marca de las peores atrocidades  del hombre. Primero los franceses, después los estadounidenses, ahora las corporaciones y el turismo. Sin embargo... Sol. El Mekong todavía brilla bajo la misma luz, poco más o poco menos contaminación. Menos balas para los que quieren cruzar el río. Las mujeres son hermosas, y mucho más cuando sonríen. En general me hacen acordar a vos; son morochas y flacas pero de piernas firmes y pies grandes.

Hoy fui a que me hicieran un masaje. Me atendió una laosiana de no más de veinte años, pero es difícil decir con esta gente que siempre parecen tan jóvenes. Preciosa, tranquila pero no tanto. Hablaba el conjunto de palabras en inglés necesario para su trabajo: hello, down, please, no english, tip, sixty thousand... Primero me hizo poner los pies en una especie de palangana con un líquido tibio en el que flotaban una suerte de hierbas, después me hizo subir al primer piso donde había una serie de camillas detrás de una cortina. Me dio una camisa amplia y un pantaloncito y me indicó que me cambiara. Ella, mientras tanto, tomaba una sopita detrás de la cortina que dejó lo suficientemente entreabierta como para verme y reírse con otras dos masajistas. Cuando estuve listo le avisé y me señaló que esperara, en orden para que ella terminara su cena, supongo. Al cabo de un minuto entró e inmediatamente tomó control de mi cuerpo. Acomodó la almohada, mi cabeza, mis piernas y se paró, dominante, al pie de la camilla. Mantuvimos una pequeña conversación asistida por señas en la que entendí que se llamaba No-An y ella fingió entender que me llamaba Mateo y era de Argentina. Se reía un poco y se volvía infinitamente más linda, pero durante el proceso del masaje se mantuvo seria y solo sonreía para dirigirse a mí y hacerme entender algo.
Tomó control de mi pierna izquierda, se subió a la camilla y ejerció presión desde mi ingle hasta la punta de mis pies. No hay nada de sexual, creo yo, en el masaje thai (laosiano en este caso), pero tengo que admitir que sí hay cierto dejo de erotismo: un contacto de mi pie con su muslo, un pequeño roce de los dedos, una gentileza creciente en ciertas partes del cuerpo. Pero yo soy la pasividad, el dominado, no me hubiera animado a mover un solo dedo sin su consentimiento. Discreción es belleza. Lo erótico se separa de lo pornográfico porque en lo erótico nada se muestra, sino que se esconde, el secreto y la sugerencia. Una bellísima mujer oriental estaba encima mío manipulándome el cuerpo con la pericia del técnico y la sensibilidad del artista. Quien no tenga ningún pecado que arroje la primera piedra, y así y todo... Discreción.
Luego de un buen rato ejerciendo sistemáticas presiones, se arrodilló al frente, levantó mi pierna, la flexionó, la relajó y, presionando al mismo tiempo mi hombro, la dobló para que mi columna rotara, como si yo fuera un trapo que se estruje para eliminar la humedad sobrante; todas mis vértebras crujieron al unísono. El proceso entero se repitió de mi lado derecho, y el resonar de las vértebras se repitió, también, como si nada... Después se paró atrás de mi cabeza y la cubrió con un paño tibio, con el que me limpió gentilmente la cara, presionando puntos específicos, quitó el paño y masajeó metódicamente.
La expresión de la laosiana continuaba siendo de una seriedad implacable, con los ojos delineados de manera tal que la hacían parecer todavía más perversa. Si yo abría los ojos me miraba de costado, como reprobándome, por lo que no podía mirarla más de unos segundos sin que sintiera la necesidad de cerrar los ojos de nuevo. Pero cada vez que intentaba comunicarse conmigo era como un regalo, mostraba sus dientes blancos y perfectos y la expresión de su cara era toda gentileza.
Lo más fuerte del masaje vino cuando me hizo poner boca abajo, montó encima mío y presionó con fuerza puntos del cuerpo que le pertenecía, y estiró los músculos e hizo sonar y crujir vértebras por doquier. Yo me quejaba, si, pero todo dolor tenía su cuota de placer. Se paró sobre mis pantorrillas y trabó mis gemelos con los suyos en una posición que me cuesta explicar, tomando mis brazos y estirando, arqueando mi cuerpo y formando casi un círculo conmigo... La mujercita laosiana, parada sobre mi espalda, haciendo que con mis manos tocara mis pies. Señores, bienvenidos al sudeste asiático.
Masajeó mis manos haciendo chasquear mis dedos de una manera rarísima. El contacto con su mano, delicado y amoroso, familiar, como de una novia de adolescente. Sus manos tibias, pequeñas y suaves. Pensé tontamente, en ese momento, que al irme la iba a extrañar.
Al terminar decidí darle propina y, confundido, casi le doy un billete de veinte mil kips que, ante el error, rápidamente cambié por uno de dos mil, por lo que ella frunció el ceño y balbuceó algo en laosiano, probablemente algún insulto. Yo la miré de frente, un poco riéndome y en perfecto español rioplatense le dije: "No entiendo un carajo de lo que decís. El masaje estuvo buenísimo, eso no significa que te vaya a dar veinte mil de propina". Ella sonrió también, y estaba tan linda que de haber hablado suficiente laosiano le hubiese ofrecido escaparnos juntos a vivir de cultivar la tierra y pescar en el Mekong. Supongo que mi cerebro estaba bajo los efectos de esas hierbas raras para los pies.

Cuando salí del local empecé a caminar, estaba relajado y lleno de energía, me sentía capaz de correr un maratón. Fuimos con mi viejo a comer pescado y recorrer unos mercados a la costanera. Todo era rico, delicioso, el contacto con el aire fresco se sentía como caricia. De un buen humor poco usual en mí, le dije a mi viejo que me quedaría para siempre en Vientiane, y era cierto.


La bandera de Laos ondeaba junto a la del partido comunista, el Mekong corría en agua, peces y sangre. Alguien vendía por ahí botellas de licor con cobras adentro. Una chica simpática me ofreció sus pinturas delicadas: unas con la cara del Buda, escenas cotidianas de los campesinos, una silueta de un árbol plateado sobre fondo bordó... Camino al hotel unos taxistas nos hacen la típica pregunta: "¿ladys?". Yo le digo a mi viejo: "mirá negro, acá también, como en Bangkok". Sombras. El eco de un B-52 apaga la noche. Me recuerdo: la vida y la muerte no son dos cosas diferentes, son diferentes estados de una misma cosa. Veo un bar lleno de gringos, la cosa está empezando, pronto serán hordas y habrá en Vientane más putas que masajistas o serán lo mismo, y lo pornográfico le ganará a lo erótico y el mundo perderá el misterio. El Google Earth transforma cualquier paraíso en una gorda mostrando las tetas... Por suerte para mí, todavía quedan masajistas que no hablan inglés y ciudades con secretos y maneras de mirar el mundo que lo hacen misterioso y ajeno, como una noche clara en un país oscuro.


Lo extraño: cuando tenía que masajearme la espalda le pregunté si me sacaba la parte de arriba y no, me reprobó con un gesto. Lo atribuí a una falta de decoro de mi parte o a cierto pudor oriental. Sin embargo, cuando el masaje terminó y ella salió del cubículo cerrando la cortina y haciendo señas para que me cambie, esperó a que estuviera completamente desnudo y volvió a entrar, como si nada, para acomodar innecesariamente la camilla. Tenía una media sonrisa de malicia. Yo fingí desinterés y seguí cambiándome mientras ella me miraba, ya no como un objeto a ser masajeado, sino como un ser humano completamente desnudo. Un secreto sin palabras y sin traducciones posibles. Vientiane es bella y discreta como un secreto silencioso. Yo soy un hombre desnudo.


Otras cosas: caminamos, caminamos muchísimo. Asistimos por casualidad a la ceremonia de iniciación de unos monjes, cuando les dieron los hábitos. Una galería de arte que atendía una estudiante con quien conversé largo y tendido en inglés. Un parque a las afueras llena de estatuas de concreto del Buda, turístico e innecesario. Un mercado popular donde eramos los únicos extranjeros, por fin. Nos echaron de la calle de la embajada yanqui. Cosas, anécdotas, no sé. No tengo ganas de escribir. Sol y sombras, Sol y sombras por todos lados.

miércoles, 22 de enero de 2014

Ciudades IV: Dos salidas de Buenos Aires




-Fragmentos de cuadernos de viaje, papeles sueltos y servilletas abolladas al fondo de la mochila- 



Buenos Aires-Mexico

La tía C. es una italiana que nunca perdió el acento y que aún le recrimina a su difunto marido no haber llorado por las muerte de los padres y sí por Perón y Evita. Las cenizas del tío están en una urna al lado de una foto del general, Eva y un perrito.
Buenos Aires es la peor ciudad del mundo pero solo porque los porteños te lo recuerdan todo el tiempo.
"De la casa al trabajo y del trabajo a la casa" versa un cartel junto a un pequeño busto de bronce de Perón en el taller del tío muerto. El tío quería que cuando se muriera tiraran sus cenizas al pozo negro. Lástima que nadie le dio bolilla y ahí están, arriba del modular.
La máxima del general se cumple todavía: hordas de personas empujan todos los días en una ciudad que odian para llegar a sus laburos y mantenerse en vida. Dos horas para ir, dos para volver, diez horas laburando; Tomás de Moro se pierde su división en el upite.
De Liniers a la Matanza. Isidro Casanova igual o peor que siempre ¿la culpa? De "los negros y los bolivianos", por supuesto.
Suenan las campanas, acaba de empezar el primero de enero del año 2011 en Mexico D.F., el mundo es tan pequeño que cabe entre estos dos renglones.


*


Buenos Aires-Kuala Lumpur

Estaba seguro de pasar la navidad en el aeropuerto de Doha, donde no creo que les importe más que a nivel comercial, por lo menos no hay que soportar la parafernalia religiosa. Pero Hermes, señor de los espacios limítrofes, no estaba de nuestro lado.
Buenos Aires es la ciudad más horrible del mundo, pero sabe maquillarse como buena puta para engañar y seducir a los incautos. Un alemán me dijo una vez en Potosí que no le había gustado Buenos Aires porque era más de lo mismo para él, como cualquier ciudad europea. Si uno camina por Avenida de Mayo, pasea por el cementerio de Recoleta o se toma un café en Puerto Madero es muy fácil tener esa impresión; incluso se puede entrar al MNBA o al MALBA y maravillarse con las posibilidades de la "alta cultura" que el monstruo tiene para ofrecer. Un estudiante argentino del interior que vea a un grupo de nipones sacando fotos en La Boca o duerma un par de noches en algún hostel cerca de la calle Corrientes, inmediatamente creerá que Buenos Aires es una ciudad cosmopolita y, por supuesto, se pensará a sí mismo como una persona de mundo, destinado a la vida de ciudad.
Pero Buenos Aires, señores turistas, es caminar por Liniers a la una de la madrugada, es ir a comer un asado con parientes a Calzada o Isidro Casanova y escuchar y sentir en carne propia el odio incomparable del porteño. Esos hijos, nietos y bisnietos de inmigrantes que llenaron los barrios de la contracara estética (pero igual de europea) de la capital. Hay que verle las tetas caídas a la puta vieja y besar su sabor rancio de maquillaje corrido. Ni en la peor de las terminales bolivianas, ni en las paradas atestadas de gente de Mexico, Honduras o Guatemala vi tanta mugre como una vez entrando a Retiro: pilas enormes de bolsas de residuos y ratas hurgando en todos lados.

Nos esperó un pariente y fuimos a Calzada. Lo bueno de viajar con mi viejo es que puedo terciarizar la parte de las charlas protocolares y limitarme a ir sentado atrás, mirando. Lo cierto es que seduce un día de Sol, los edificios, la parte de atrás de la Casa Rosada, el puente Quinquela... Y más allá, también los barrios son bellos y cosmopolitas: tengo una prima casada con un chino y otra con un senegalés.

Voy a estereotipar y hacer una generalización en base a un caso particular, hagan el esfuerzo por no ofenderse los habitantes del mosntruo. No puedo odiar a la manera del cordobés promedio el estereotipo construido de porteño ¡mi viejo es porteño! Pero hay características que, cuando las veo repetirse, me resultan insoportables. En el almuerzo conversan entre ellos pero sin hablar ni escuchar realmente, a los gritos, ajenos a lo que dice el otro; uno dice una cosa y escuchan cualquier otra. Y la conversación a la que siempre se vuelve es "la inseguridad", ¡lo terrible que es vivir en Buenos Aires! y, claro que sí, siempre alguno deja colar el comentario de que es culpa de los inmigrantes bolivianos, peruanos, etc, el raro grupo socio-cultural, nunca del todo definido, que denominan "los negros". La rareza lingüística, el cocoliche, la Torre de Babel... Por suerte son hospitalarios, así que dormí dos largas siestas hasta que el tío J. nos llevó a Ezeiza.
Hasta acá todo normal, lo de siempre. Mucho quilombo en el aeropuerto por las fiestas. Una familia árabe se cruza de frente con una judía, hace siglos que son enemigos, lo saben, lo sienten. Nadie sonríe y todos sonríen. La identidad del argentino es flexible, se disuelve con facilidad: un rato en DF y nos mimetizamos, casi que nos sentimos mexicanos (eso sí: mexicanos que toman mate). Árabes y hebreos fuera de su tierra, en cambio, se vuelven 'más' árabes o 'más' hebreos... Los judios en realidad parecían vivir en Argentina, escuché al padre aleccionar desordenadamente a sus hijos, solo él y el niño de unos cinco años usaban kipá. La mujer árabe toda cubierta con un nene de la mano detrás de su esposo barbudo envuelto en una túnica blanca... Vestimentas e infusiones que determinan identidad y jerarquía de género. Los humanos somos los más graciosos de todos los monos.
Los aeropuertos son únicos: japoneses histéricos corretean a pasos cortitos por ahí, mezclados entre las mochileras alemanas disfrazadas de hippies. Vamos a hacer el check-in, hay problemas con el pasaporte, hay problemas con la visa a Vietnam, no podemos subir al avión. Discuto educadamente con la representante de la aerolínea, intento que nos pongan en un vuelo a Bangkok. No hay caso. Discuto por teléfono con la representante de la empresa de viajes, si me pueden poner en un vuelo a cualquier lado, ya no me importa, quiero viajar. No hay caso. Logro que me nos hagan una reserva para un vuelo a Kuala Lumpur en seis días... ¡Qué remedio! Irse de Buenos Aires, de Ezeiza, un 23 de diciembre a la noche, con todos los porteños locos por escapar y los del interior por entrar.
En la terminal de Liniers, esperando un colectivo que nos llevara a Venado Tuerto, un poco más cerca de casa aunque sea, veo un rompecabezas de las ruinas de Angkor Wat, ruinas que yo quería ver en Camboya. La realidad puede ser muy irónica a veces. Me acuerdo de mi mismo discutiendo por teléfono abajo de la escultura de la Miujin, "Rompecabezas filosófico", en el aeropuerto. Es todo muy gracioso a pesar de mi frustración. Mi viejo me dice mientras esperamos en Liniers: "a esta hora tendríamos que estar cruzando el Atlántico y acá estamos, cruzando la noche"; tiene razón, es lo más poético que le he escuchado decir en años.
Horas después, a la mañana del 24, escribo esto en la terminal de Venado Tuerto. Todas las terminales son parecidas, con su horrible arquitectura de los 70's u 80´s, con su luz fría de tubo fluorescente. La arquitectura, como el paisaje, nos define y limita nuestro comportamiento y nuestra manera de mirar. Un arquitecto es un gran fascista. En la Avenida de Mayo la puta nos seduce, en Liniers, por ahí cerca de Ciudadela, nos muestra su verdadera cara de tetas caídas y vientre estriado. Un señor boliviano de traje marrón y sombrero vaga por ahí, descontextualizado y anacrónico, dos o tres borrachos se pasean con un caminar lento y la mirada perdída, pilas de basura por todos lados. Ahí está el cosmopolitismo argentino, el idílico crisol de razas que en los libros de primaria todavía se idealiza, el estúpido de Sarmiento queriendo poblar el país con europeos "cultos" ¡por favor Domingo! Propio de quienes no saben ver sino el maquillaje de las cosas y no se animan a la realidad que, aunque terrible, es infinitamente más profunda y misteriosa. Mi bisabuelo, bruto y analfabeto, vino de Irlanda a tener diecinueve hijos y morir de cirrosis. He aquí la Argentina, es lo que somos, nuestra identidad sin arreglos.
Yo esperaba recibir la navidad en Doha, en cambio estoy sentado en una bar de la terminal de Venado Tuerto. El bar se llama Varsovia, como aquella ciudad de gueto famoso. La realidad puede ser muy irónica a veces. Los sobrecitos de azucar tienen frases, el que me tocó dice: "No esperes el juicio final, se llevará a cabo cada día".

*

En el techo de un hostel del barrio chino de Kuala Lumpur, hoy es primero de enero de año 2013. Veo desde arriba pasearse mezclados a musulmanes, budistas, hindúes y gringos. Se alzan a lo lejos imponentes los edificios de los palacios financieros, una pared derruida reza en enormes letras rojas: "It's more blessed to give than to receive", unas hermosas chinas salen con sus vestidos blancos y amarillos. La ciudad es caótica pero tranquila, se mueve agitada pero sin el ruido innecesario de Buenos Aires.
Hace veinticuatro horas sobrevolaba África, la misma África de Rimbaud, y ahora estoy en un techo del barrio chino de Kuala Lumpur. El mundo globalizado es absurdo, perverso y hermoso. Todo por culpa de Rimbaud y de todos los que se animaron a ser los primeros. Viva la noche deliciosa del nuevo año.
¿Te acordás de esa vez que en un ataque de bronca te tiré "Una temporada en el infierno" de Rimbaud mientras bajabas las escaleras? Así éramos nosotros: absurdos, perversos y hermosos, destinados a la desaparición, como Kuala Lumpur con su barrio chino lleno de árabes, hindúes y budistas. La peor forma de conocerse es mirándose en el espejo.