viernes, 21 de febrero de 2014

Ciudades VI: Río Cuarto y el hinduismo

Este texto es largo y aburridísimo, pero si lo empiezan a leer lo leen todo ¿estamos? Porque me revienta que no lleguen al final donde los mando a la concha de su madre... Ups ¡spoiler alert! Este es el momento para irse a la bosta hijos de puta, no después.


La ciudad siempre fue media verga, en ese sentido no cambió, aunque como las víboras tenga piel nueva. Hay más edificios, las calles aledañas están más rotas y los negocios nuevos son más chetos y odiosamente espectaculares; sin embargo todo sigue hablando de mí, soy narcisista. 
Entra el colectivo por lo que antes era el puente nuevo que ya no es más nuevo porque otros puentes se han tendido, también odiosamente espectaculares. Veo por la ventanilla los monoblocks viejos y derruidos en los que vivía cuando estaba acá, igual de viejos y derruidos, como si la destrucción tuviera un momento de suspenso que es como una conservación atrasada: Visnú pone su dedo sobre la frente de Shiva y todo se desacelera, pero suspensión no es detenimiento, sino ojo en la tormenta del tiempo, los edificios y los habitantes continúan su lenta marcha hacia la muerte. ¿Vivirá ahí todavía la flaca que hablaba conmigo de ventana a ventana, la que se agachó asomando los ojitos cuando escuchamos unos tiros y la policía, la que se cayó conmigo en el piso de la cocina y nos terminamos besando? ¿Y ese chico rubio, el Tadzio de la barriada riocuartense? ¿Y la vecina de mierda que siempre nos denunciaba?
Recuerdo los lugares (o más bien asocio los lugares a recuerdos específicos) con bastante exactitud, puedo medir los cambios de las cosas en el detalle, pero caminando por la ciudad ya no puedo ubicarme para ir de un lugar al otro. Una de dos: o la ciudad o el recuerdo se volvieron fragmentarios, uniéndose las locaciones de maneras misteriosas, marcadas por el azar. Por ejemplo: el departamento de L. está en una calle que creía que me iba a encontrar dos cuadras más allá; pero a la vez no es el mismo departamento de la calle Buenos Aires que una vez hace unos años L. me prestó para que fuera a encontrarme con alguien, alguien con quien después de un boliche que tenía el nombre de una cantante francesa en que nos pusimos en pedo y bailamos hasta que nos dolieron los pies, nos besamos y me dijo: "Mateo el vanidoso, siempre consigue lo que quiere". Por entonces era cierto, Mateo el vanidoso siempre conseguía lo que quería y no había jamás conflicto entre el deseo narcisista de satisfacción en mí mismo y la disponibilidad de los objetos externos de deseo que me procuraba a fuerza de una voluntad joven y decidida que, como las calles de la ciudad y el departamento de L., se ha relocalizado de una manera azarosa que hace difícil encontrarla, a pesar de que no por eso haya dejando de existir.

Releo este texto a medida que lo escribo y me da la sensación que bien lo podría haber escrito un tipo de cincuenta años medio nostálgico, pero la ciudad no me da nostalgia sino recuerdo frío, y yo tengo veintisiete y estoy a punto de irme a la mierda otra vez. La Trimurti es Brahma el dios creador, Visnú el conservador y Shiva el destructor; yo quiero que esta ciudad y todas las otras se prendan fuego y abran lugar a Brahma otra vez, yo quiero la destrucción ahora... Por favor, recordemos que soy narcisista y todo habla de mí, no estoy en plan de generar incendios reales (todavía). En orden para escapar sin nostalgias hay que saber matar y romper todo, como Cortéz que quemó las naves para que los soldados no se quisieran volver a España: conquistar o morir. En ese plan estoy, una ciudad a la vez.

La palabra "nostalgia" proviene del griego 'nostos', regreso, y 'algos', dolor. Nostalgia era el dolor, pongamos por caso, del guerrero que se iba a Troya por la casa, la patria y los amigos que se dejaban. ¡La nostalgia es cosa de putos! Todos leímos la Illiada y la Odisea, sabemos que esos griegos eran unos putos bárbaros que vivían peleando por boludeces, como que a Aquiles le matan al noviecito. Hay que aprender a irse sin ese dolor patético que no es cosa para los que aspiren a grandes viajeros. Gide dijo en 'Los alimentos terrestres' algo como No hay nada más peligroso para ti que tu casa, tu habitación y tu pasado. No, no es cita exacta, no tengo el libro a mano así que invento, pero estoy casi seguro que la palabra que usa es PELIGROSO, me encanta que use esa palabra (o que yo use esa palabra cuando lo distorsiono), porque peligroso es lo que te daña y sí ¡quieran conformarse con sus vidas! Pero la mediocridad es peligrosa y se contagia. 

Llego al departamento de L. que me va a hospedar como la impecable amiga que es. Tiene una alumna así que me meto en la pieza a esperar; por la ventana se ve la cúpula roja de la Iglesia de San Francisco cubierta de palomas, una vista única. Después salimos a caminar con ella y otra chica más, que como la tienen clara puedo ir mirando sin pensar dónde estoy, entregarme a la fragmentariedad de los lugares. Más tarde me encuentro con otra amiga en un bar, vamos a una galería a fingir tomar el té en una instalación que habla de la destrucción, nada es tan azaroso en realidad, sincronicidad de Jung: sucesos relacionados por el sentido de manera no casual. Salimos, vemos una banda de cumbia en la plaza, trajeron a la reina del carnaval y a dos minitas con el culo al aire para que se paseen frente al público, un loquito hace un meneo sexy, una enana baila muy contenta; es lo carnavalesco de Bajtín auspiciado por la Secretaria de Cultura de la municipalidad. No puedo dejar de tener conceptos en la cabeza, todo me evoca una idea que relaciono con algo, mi pensamiento es fundamentalmente ensayístico, veo el mundo como un ensayo ¡ese es el género de la vida! Por eso no sé narrar... Veo a la reina que me parece fea e insípida y pienso entonces en una idea que me atribuyo: la verdadera reina del carnaval nunca va al carnaval porque no necesita la aprobación del público para saber que es reina, el carnaval es un suceso mimético y vulgar en el que con la máscara de la belleza se intenta imitar la verdadera belleza... Soy tan intelectual dentro de mí mismo que me doy nauseas. Cuando tenía once años y en los carnavales de Villa Dolores cegábamos a las chicas con espuma para tocarles el culo no pensaba en esas boludeces, no me había contaminado la cabeza con Bajtín todavía... Bueno, vuelvo a la parte narrativa sino me cuelgo en cualquiera. Así que después fuimos al Viejo Mercado (cruzando del boliche que antes tenía nombre de cantante francesa) a ver un dúo de piano y violín que tocaba tango y un viejo nostálgico que tocaba canciones con su guitarra, que me hizo acordar a Daniel Viglietti, tenía la misma voz y esa actitud pedorra de setentista. Más tarde con L. fuimos a un bar muy bueno a ver algo de folklore, nos rajamos temprano porque yo no daba más del sueño. Llovía. Estuvo bien. Dejo tres mariposas de origami arriba de la mesa.
Todo ese despliegue cultural en menos de ocho horas, como cuando vivía en Villa María o me iba a Córdoba en tren los fines de semana y me cagaba haciendo ese tipo de cosas todo el tiempo. Entonces me castigo de nuevo por haberme vuelto a vivir a Carlota hace casi dos años, pueblo barbárico de vieja chusma que ni librerías tiene... Pero después pienso ¿para qué? Si total me cansé del exceso de todas estas boludeces y no quiero pensar más en Bajtín y preferiría volver a meterme tocando culos al carnaval como cuando tenía once. Vivo en la tensión de preservar lo que tenía de genial (Visnú) y destruírlo del todo (Shiva), estoy ahí, en el punto medio. Después vendrá Brahma (el dios, no la cerveza que es un asco), y de él no sabemos bien si restaura lo destruido o crea algo nuevo. Bien, a ver qué onda con Brahma, me voy a la mierda Río Cuarto, prendete fuego.

Me despido de L. en la terminal que se va a Córdoba y me vuelvo a Carlota. Terminales que conectan las ciudades donde viví, estudié y laburé: Córdoba, Carlota, Alejandro, Reducción, Villa María, Alta Gracia. Que se prenda fuego la provincia... Otra vez, no se ofendan, es metáfora generada por mi narcisismo que interpreta las ciudades como significados ligados a mi persona y a mis consideraciones sobre la religión hindú.

Llego a Carlota y me siento a escribir esto. Tengo encima del corazón el "corazón oprimido", oprimido por el reflejo de lo que lo ha colmado de sí mismo, para Barthes solo los enamorados y los niños tienen un corazón oprimido. Veo la imagen de lo que me colmaba y como ese espíritu ahora se me niega solo quedan despojos. Todo eso según Barthes, claro está... Tomo mates con mi vieja y ella no sabe que tengo el corazón oprimido; Emma Bovary, mi perra, me hace fiesta cuando llego y no sabe que tengo el corazón oprimido. Es un embole, tanto quilombo y tanta nafta gastada para no estar seguro si es la ciudad o yo lo que se prendió fuego.

Hasta mi perra tiene nombre intelectualoso ¡Emma Bovary! Soy un pelotudo... La intelectualidad es lo mismo que la masturbación (¿algo con pajonal era el nombre del bandoneonista que nos daba risa?), es un placer que en realidad no se comparte y no tiene finalidad alguna.

Termino el texto, lo releo y me sigue pareciendo escrito por un viejo de cincuenta años, puaj... Sigo escribiendo bien y no corrijo porque estoy seguro de lo que produzco, pero D. me dijo que escribía con angustia ahora. Puaj. En próximas entregas, intentos de destrucción de Villa María y Córdoba, Alta Gracia si alcanza la plata.
Qué me calienta, igual escribo para mí, soy narcisista. Lo publico igual y váyanse todos a la concha de su madre.

Saluda Atentamente:
El niño de cincuenta años.