miércoles, 27 de noviembre de 2013

Una teleología del amor




Un aburridísimo ensayo que hará que a las señoras se les salgan las chancletas

-Otro terrible golpe a la literatura universal, cortesía de Mateo Green-


Dedicado a Luz, amiga y co-analista del discurso amoroso...


 "...mi lengua se quiebra e,
inesperadamente, corre bajo mi
piel el fuego;
no veo nada con los ojos y 
replican mis oídos."
(Safo, Afrodita)

"Aprende a escuchar lo que el silencioso amor decreta:
oir con la mirada es el mejor ingenio del amante"
(Shakespeare, Soneto XXIII - y sí, la traducción es mía 
y me chupa un huevo que no tenga métrica de soneto)

A ver, sepan entenderme, estoy volando a ciegas acá: mi querida amiga C. (que se lleva los libros para que yo los necesite) tiene "Fragmentos de un discurso amoroso" de Barthes y mis alumnos se quedaron con gran parte de la poesía y narrativa interesante, para colmo no sé dónde carajo dejé los dos tomos de "Los mitos griegos" de Graves, así que todas las referencias van a ser inexactas y las citas textuales una absoluta mentira. Pero igual, acá vamos...

El "para qué" es una pregunta que el amor no resiste. El amor se mueve en el terreno de los cuándos y sobre todo los porqués, aquellos que el enamorado pregunta obsesivamente: ¿cuándo voy a verla?  ¿Cuándo será el día...? ¿Por qué hace (el otro) esto? ¿Por qué no me ama? ¿Por qué...? El para qué no es una pregunta propia del amor porque el discurso no se cuestiona sus objetivos: se ama porque sí, se ama por el simple hecho de participar del discurso amoroso. Como la locura, el amor no tiene objetivos, es en sí su propio objetivo y constituye su propia teleología.
Dado que el amor es un discurso (esto quedó demostrado en un estudio anterior), el enamorado que por una u otra razón no se corresponde a su objeto de deseo, debe callar o morir, que es casi lo mismo. La leyenda dice que Safo, la poetisa griega, se arrojó al mar desde una roca en la isla de Léucade al no verse correspondida por Faón, un hombre de gran belleza que no correspondía a ninguna mujer (el muy putete). Desde esta roca en Léucade se arrojaban todos los enamorados no correspondidos; era este, al parecer, un lugar para callar. Faón viene a ser ese receptor trunco, ese símbolo de nuestro discurso que muere al ser emitido hacia el vacío: mi interlocutor me devuelve mi discurso (osea mi corazón) y me lo devuelve muerto, ahora tengo un corazón hecho de despojos, de palabras que se pudren por no encontrar terreno fértil.

Hay otro enamorado, el que calla sin siquiera corroborar la falta de correspondencia de su deseo, el que nunca va a saber (porque no quiere o porque no puede) si es correspondido. Su amor es prohibido, secreto o ambas. Así, el discurso amoroso se transforma en un soliloquio absoluto. El enamorado es ahora un silencioso, se vuelve alguien que odia el lenguaje por considerar que todo lo que se puede decir, que no sea su amor, es absolutamente vano, y sobre el amor está obligado a guardar silencio. ¡Oh terrible tortura! Escuchar al verdulero o a la compañera de trabajo sobre sus problemas cotidianos y mediocres o -¡peor entre los males!- tener que discurrir sobre alguna banalidad, se transforma para el enamorado en una tarea inaguantable: el lenguaje se densifica y las palabras empiezan a correr difícilmente por un fluido espeso y pegajoso, el fluido de los objetivos innecesarios: ¿para qué tengo que oír esto o decir aquello? ¿Para qué si nada tiene sentido?... Nada tiene sentido porque el amor no puede Ser y, sobre todo, tampoco puede No Ser: es un amor deforme, una aberración, el amor secreto existe sin ser su propio objetivo discursivo, no sirve para nada más que para volverse loco. He ahí porqué los tímidos son patéticos, porqué los callados nunca reciben los favores de Afrodita... Los no correspondidos gozan de la determinación (un NO tajante y definitivo) sobre la que pueden "hablar", los que aman en secreto no pueden tener siquiera eso, que lo es todo. En su indeterminación de si y no (¡qué infinita rosa de los vientos!) la cotidianidad discursiva del enamorado se densifica; como si todo el día caminara por ese fluido espeso, habla con dificultad y desgano, se lo ve siempre desmotivado y sombrío (eso cuando no es un excelente actor, muy a su pesar), quiere el silencio por sobre todo, que nadie lo moleste, que nadie le hable o lo obligue a decir nada, odia el lenguaje innecesario que lo somete al silencio, es decir, al secreto. En su sobrecarga de discurso, el que ama secretamente, solo tiene oídos para lo que él mismo tiene para decirse, no puede callar ni suicidarse, como Safo, porque su palabra ha nacido muerta.
Sin embargo, este trágico personaje, aun tiene un último lugar de salvación: el lugar de la mirada. El que ama en secreto busca mirar y que lo vean, pero no una mirada común, sino aquella que como gesto esquiva al discurso para "decir" lo que no puede ser dicho. El que ama en secreto rastrea una mirada en situación, una mirada que le diga "acá estoy, esto es lo que no vas a tener". Sea de correspondencia o de no correspondencia, la única confirmación posible es la mirada, "esa" mirada que busco sin aliento.


Me gustan las mujeres inteligentes y el Sol. Esas tipas con una piel de durazno (porque seré humanista pero no boludo) que pueden tocar la flauta traversa o recitar poesía goliarda de memoria. Nada de minas de las ciencias exactas (ya estuve ahi, no está bueno), me gustan las mujeres de las artes o a lo sumo de las ciencias sociales cuando no haya otra cosa. Yo hubiese correspondido a Safo si hubiera sido el mariconsete de Faón... El Sol me gusta porque permite ver, eleva la mirada a su máximo posible. En la mitología griega, Helio (el Sol, el que lo ve todo) es quien avisa a Hefesto que Afrodita le mete los cuernos con Ares. El Sol le da una determinación al amor patético de Hefesto, le muestra en el espejo su discurso pelotudo. Yo quiero que el Sol, siempre detrás mio para no cegarme, ponga todas las cartas en juego y se nos dé (porque lo merecemos) la posibilidad de elegir. La verdadera teleología del amor es poder discurrir, libremente, inundándome de él y no dejando que me ahogue (los secretos siempre ahogan al neurótico), yo quiero la decisión absoluta sobre la posibilidad de saltar desde esa roca de Léucade o no: "Yo me duermo a la orilla de una mujer, yo me duermo a la orilla de un abismo". ¿Para qué sirve el amor? No sirve para nada y sin embargo...

...Ven Afrodita de Chipre,
tú que en las copas de oro
escancias el néctar exquisitamente
mezclado
para las fiestas.


... y sin embargo siempre vivimos al acecho de la espuma del mar y la noche silenciosa. Siempre en la búsqueda de una mirada, como bestias entre el espesor de la selva.-


(Y sí, por ahí hay una frase que evidentemente le robé a Cortázar y un verso de Galeano que no cité correctamente, pero yo prefiero callar las boludeces)