lunes, 2 de diciembre de 2013

Un nombre

De mi boca se desliza un nombre.
Miro alrededor y estoy solo,
dije un nombre sin querer, para mí,
para mí solito.
Es entonces un nombre secreto,
nuevo,
todavía no asoma en él la putrefacción.

Después,
como movidas por un espasmo estomacal,
vomito todas las palabras que
                                necesariamente
acompañan a ese nombre,
y caen y revientan contra el piso
una tras otra
como el repiqueteo de los timbales en la apertura de Strauss:
¡Also sprach Mateo Green!
¡Also sprach el exiliado!

Yo te dí un beso secreto que se tiró del octavo piso. Tardará ciento cuarenta años en llegar a tu boca de algodón (como la mujer descuartizada de Huidobro) y para entonces ya no le importará a nadie, ni siquiera a mi. Pero merezco el momento: mi corazón es un incendio y en mi traje de cenizas asisto al entierro de lo que no nos pasa nunca.
¡Viva el fuego!
¡Viva tu bosque en llamas!

Bajé de la montaña pero nadie me ve,
estoy solo
solo.

¿Qué es del Sol sin mí para alumbrar?
La noche atrás de la persiana es más negra que el hocico de un volcán apagado.

Nadie me cuenta cosas nuevas,
así que yo
           me las cuento a mí mismo.

(Qué viva yo, buenas noches)