lunes, 5 de octubre de 2009

Lucidez y crueldad


Lucifer proviene del latín “lux” (luz) y “fero” (llevar), en la mitología romana Lucifer es el paralelo del griego Eósforo, hijo de Eos y Astreo, hermano de los Astra Planet (las estrellas errantes, o sea los planetas visibles) y de los Anemoi, los dioses del viento. La función de Eósforo era anunciar la llegada de su madre, por lo que se lo asoció con el lucero del Alba, el planeta Venus. El anunciador del Alba, el que trae la luz. Malentendidos cristianos aparte, Lucifer es aquí, para nosotros, el que porta la luz para los hombres, el dador de Lucidez, el que revela la verdadera forma del mundo.

El vocablo español lucidez comparte la misma raíz, “lux”, que el nombre Lucifer. Lúcido es aquel que recibe la luz, el iluminado que, al menos por un momento, entiende, ve algo en la naturaleza del mundo. No embarremos el razonamiento con metafísica, la epifanía de la lucidez no se entiende en el sentido cristiano de la revelación, lúcido es quien mira atrás de la máscara del mundo y solo ve más máscaras, pero perdiendo la inocencia en la interpretación de esas máscaras. La verdad es terrible, la lucidez es un castigo, el ángel desertor es arrojado del Paraíso. La lucidez es fundamentalmente dolor por la mentira perdida y por la falta de verdades. Quién se queda sin máscaras no tiene nada, tal vez solo la impresión de la infinitud del carnaval de las máscaras. El hombre lúcido tal vez no tenga verdades, pero tampoco está atado por la mentira. Se ha perdido la inocencia.
El término crueldad suele asociarse con lo inhumano, con la “fiereza de ánimo” (RAE dixit). Sin embargo, diccionarios aparte, podemos clasificar dos tipos de crueldad: la crueldad de la pasión y la crueldad de la falta de pasión. Un animal que asesina a sangre fría a otro, como un torturador encarnizado con su víctima, pueden parecernos crueles, pero al animal no podemos, y el siguiente término tomado muy con pinzas por favor, culparlo. El “acto de crueldad” del animal es normal en él y no hay una instancia anterior de su pensamiento, si es que tal cosa tienen los animales, que lo condicione. Al torturador que pasionalmente tortura lo vivimos como reprobable porque sabemos que en él hay una instancia anterior que debería condicionarlo y no lo hace, dejándose llevar por su odio, por su obsesión de verdugo. La crueldad cobra una dimensión moral para el observador, aunque el torturador y el animal estén casi emparentados en sus actos. El torturador escuchó las voces y las acalló. La crueldad falta de pasión es, en cambio, un acto que proviene directamente de la instancia anterior, llámese razón o cómo se guste, no hay sentimientos que motiven este acto, no hay pasiones que lo obliguen. El hombre no vacila en aplicar la crueldad (y no me refiero a una burda crueldad física, casi siempre imbuida por el patetismo de los sentimientos encontrados) cuando entiende que la crueldad es el camino más eficiente para quitarle la máscara al mundo. La crueldad de la lucidez.
El hombre lúcido entiende que la voz que reprueba la crueldad es la voz de las máscaras, del otro-máscara. La frialdad de ánimo, la deshumanización, es en él también un dolor, pero un dolor que no le impide ir tras la verdad (verdad sin mayúsculas). La verdad exige crueldad, exige la muerte de la inocencia. Una verdad bastardeada por sentimentalismos y sueños idílicos nunca será una verdad acabada. Lucifer “elige” ser arrojado a la fosa de los sufrimientos eternos, niega al dios de la mentira para elevarse a sí mismo, porque en un horizontes sin arribas ni abajos su elevación es la caída elegida, el sufrimiento que por verdadero se acepta.
Si es ese sufrimiento, sin embargo, un sufrimiento que augura la más elevada felicidad, la felicidad del alba del nuevo hombre liberado por fin de la mentira y la ilusión. Ilusión del éxito, de la vida eterna o de lo que sea. El hombre se desprende del mundo para amar al mundo con la crueldad que el verdadero amor exige. El hombre se hace totalmente cargo de la existencia más allá de dioses o doctrinas estúpidas que lo avalen porque ama al mundo sin objeciones, sin pérdidas de tiempo, sin piedad.
Eósforo, malentendidos cristianos aparte, anuncia la llegada de su madre que parirá, otra vez, el nuevo día. El resto es la larga noche de los siglos.-
M. N.
-El cuadro de arriba, Lucifer (1891), pertenece a Franz Von Stuck (1863-1928), pintor, grabador y arquitecto alemán-

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