
Una tormenta de ideas bastante flojas
miércoles, 30 de marzo de 2011
¡Tuércele el cuello al cisne!

sábado, 26 de marzo de 2011
Un pedo de romanos
miércoles, 16 de marzo de 2011
"El Apocalipsis y las acciones de Toyota" o "Interpretaciones de la Piedra de Sol" o "Un Reliveran para el Ángel de Laodicea"
"Escribe al ángel de la iglesia de Laodicea: He aquí dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios:
Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!
Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca."
Cuando vengas callado por la senda del tiempo a mostrarme mi destino, despótico en tu paso de milenios, orgulloso, destructivo; no seré yo quien niegue tu derecho de matar.-
M.A.
Foto: "Piedra de Sol", cultura mexica, Museo Nacional de Antropología e Historia. Tomada en enero del 2011
martes, 8 de marzo de 2011
La juventud es un puto tesoro
martes, 1 de marzo de 2011
"Singer y la Pareja Nacional" o "Abuela asedia Troya"
Mi abuela es una tarde dorada de vidrios biselados, una máquina Singer, un conjunto de fotos viejas que no se me permitía tocar mucho, un par de cajones prohibidos, la metódica obligación de la misa, una confidencia, un paño blanco y tibio.
Mi abuela es, también hoy, el abrirse de un misterio. Su memoria, su metamemoria, su demasiada memoria. Esa es la afección de mi abuela: una sobreabundancia del recuerdo que no le permite mantenerse en el presente. A no confundirse, el Alzheimer no es demasiado olvido, sino demasiado recuerdo, que avanza sobre las cosas hasta transformar la conciencia de vivir en una fotografía inmóvil del pasado.
Mi abuela vivía al frente de la iglesia en un pueblito de mugre pampeana y, sin que mi mamá supiera, me peinaba los domingos para ir a misa. Gordísimas señoras, como diplodocos, me apretaban los cachetes hasta dejar hematomas. La puerta enorme del edificio era la boca de una oscuridad que se ofrecía brillante, cegadora. Nunca volví a sentir tanto terror en mi vida.
Ella significa para mí, en mi propia enfermedad del recuerdo, la forma viva del mito nacional en extraña conjugación con el de la infancia perdida. El microcosmos y el macrocosmos de aquel sujeto al que estúpidamente llamamos Ciudadano: la cosa pública y la privada en un solo revelarse de otro tiempo. Pienso en la máquina de coser (plenitud terrible del sustantivo resaltado), y evoco a la vez las hordas bárbaras de décadas de amas de casa zurciendo y remendando, manteniendo la patética perfección del hogar, la imagen simulada del matrimonio, la religión; como evoco a mi abuela en particular, a esa ama de casa que fue mi abuela, llorando calladamente sobre los retazos de tela en un otoño del año 91’ o 92’, cuando casi por casualidad descubrí que amar era también destruir.
Mateo Green - M.T.-