domingo, 12 de enero de 2014

Eco y Narciso (o Tres ríos)


Si. Voy a contar esta historia porque pasó hace mucho, porque ya no me importa tanto y me atribuyo el derecho. Ojalá sea la última cosa que escriba acá que tenga algún dejo de sentimentalismo, vamos a volver a lo de antes: un cinismo más calculado.

Mi cráneo. Es una imagen usual, muy a lo Shakespeare. Mi cráneo me habla, me dice que no tiene más sentido, que basta Mateo, que ya todo es polvo en la tormenta. Me río, lo sacudo un poco, le hago cosquillas, lo dejo que tome aire, que pierda sus telarañas, su olor a bibliotecas viejas. Voy a hablar de la noche húmeda y eso pudre un poco, así que hay que estar preparado.

Venía bajando la escalera, convengamos que era un toque más joven y estaba en mejor estado, conservadito digamos. Era una de esas juntadas de mucha gente en que tomábamos vino y discutíamos toda la noche. Había especímenes diversos: proyectos de artistas y académicos. Eran otras épocas, uno creía en muchas cosas, por ejemplo que estaba bien querer ser artista o académico.
Mi living tenía una alfombra enorme, algunos sillones encontrados y una cama. La escena es simple, no tiene mucho para ver y un tercer observador ni la hubiese notado. Vos estabas sentada en la cama con otro, tu otro de aquel entonces, que era mi amigo y a quien más adelante yo no dudaría en traicionar. El ambiente estaba iluminado por unas velas o capaz una luz muy tenue.
Bajé las escaleras, arriba estuve en el baño o puse música, no interesa. Tengo puesto un jean, estoy descalzo y en cuero. En el último escalón giro y te miro de frente, me estás mirando con una sonrisa muy particular, una mueca de dientes enteros, la cabeza gacha y los ojos para arriba, directos, como el gato de Alicia en la versión de Disney. No, mejor no, esa comparación es tonta; así me mirabas: 'a través de la habitación cayó arriba mio tu frente penetrante, tu mirada espesa de deseo sincero y me arrancó la ropa en el abismo de tus ojos, en las cavidades de tu cráneo infinito' (¡ay profesor Green! Pero qué metáforas más baratas y cursis...). Perdón, soy un inválido sentimental ¿era yo nuevo en esta gilada del amor? Nuevísimo, y creía que no.
Eso era el 'rapto', al estilo de Barthes, al estilo de Zeus tomando una ninfa para violarla. ¿Soy la ninfa? Me cago en la mierda, me tocó ser la ninfa. Cumpliste tu papel primordial del rapto, me aprisionaste en la imagen que me iba a perseguir para siempre, tu imagen: vos en una partícula de acción, congelada. ¿Tu novio? Bien, estaba ahí, sentado, como el resto, sin percatase del evento secreto que entre nosotros estaba teniendo lugar. Mucho tiempo después, cuando ya nos enroscábamos en público sin pudor, te pregunté por esa noche y me diste tu versión. Entonces yo no alucinaba, eso fue un 'evento' verdadero, algo que nos sucedió al margen de la gente a nuestro alrededor, sin una sola palabra, sin comunicarnos absolutamente nada entendimos lo que iba a pasar después...
Y lo que pasó después ya es historia antigua, involucró un viaje a las sierras y correr semidesnudos abajo de la lluvia. Si, semidesnudos. Graciosas épocas, síntoma de que me estoy poniendo viejo: ya casi no corro semidesnudo por ahí.

Cuando me miraste de frente, decidida, me raptaste, me obligaste en el acto mudo a entregarte mi corazón. El corazón es el lenguaje, el discurso (hasta las metáforas más baratas tienen recorridos profundos); en un acto voluntario te lo entregué y me quedé mudo, te regalé todo el repertorio de mis palabras: esto es lo-que-soy, vos disponés, yo soy la ninfa. Me desnudo de frases frente a vos y me entrego a la suerte, "alea jacta est", una vez cruzado el río ya no respondo por mí, ya no puedo ser completamente responsable de mis actos. Primer río.

El amor es un suceso narcisista. La ninfa Eco se enamora de Narciso, condenada por los dioses a solo poder repetir las últimas palabras de los demás, se comunica con él a través de su propio lenguaje; él solo está interesado en su propia imagen. Ambos son ciegos, dice Derrida. Todos somos Eco y Narciso en nuestra imposibilidad de ver a los otros como tales: nos vemos y nos amamos a nosotros mismos, a nuestra imagen ¿qué vi al pie de esa escalera? ¿Qué viste vos? Espejos cerrados de nuestro deseo. Nuestro amor propio fue tan fuerte (y no lo repruebo, sino que lo festejo) que estallamos en una colisión galáctica, como el futuro necesario de Andrómeda y la Vía Láctea. Nos aniquilamos, nos fusionamos en la corriente violenta del golpe contra la roca y de la erosión del lecho, como "Los amantes" de Egon Schiele, en un ritmo perverso de encontrase y darse la espalda, y rebotar el uno contra el otro, destrozándonos hasta huir a dientes apretados en el escape hacia el mar. Olvidaste el momento, lo borraste de la memoria, yo también. La violencia del alejarse y sufrir porque pierdo mi espejo, mi espejo tormentoso ¿podría Narciso haberse reflejado en las aguas turbias? ¿Se hubiera escuchado repetir a Eco en el estruendo de la cascada? Segundo Río.

Y pasó el tiempo, los siglos, los milenios ¡los eones salvajes! Mucha agua bajo el puente. Muchas cosas. Hemos muerto, hemos resucitado, hemos reinventado nuestra carne. Hemos cebado muchísimos mates pero preparado pocos albondigones de carne: capaz esquivamos algunas las imágenes del recuerdo pero nos obligamos a otras a ver si tal vez. Hemos besado, si, también, era necesario para olvidar. El olvido es funcional, el olvido es vivir, decadente y suicida es no saber olvidar. El olvido reabre el ciclo: el agua se renueva. Hemos escuchado Bob Dylan, los dos, vamos por buen camino.

El que bebe de las aguas del Lete, en el Hades, olvida inexorablemente.

Y otra vez, en la explanada, donde ya se han borrado las marcas de la roca (el agua, adaptable, nunca tiene cicatrices), un tercer río: la corriente calma. ¿Dije milenos, eones? Mejor una semana, un día, veinte minutos; como verte recién, como si el tiempo no fuese tal cosa, como el espejo que se reconoce sin más. Eco y Narciso revenant. Cerremos esto. Siempre me voy, siempre me estoy yendo sin irme a ningún lado. Soy vos, sos yo, somos una curva del río, el eco contra una barranca, reflejo en el agua tranquila, los parques murieron y renacieron, "el otoño desnuda sus árboles, solo por besar tus pies". Cerremos esto. Estoy con las patas en el agua y me pega el Sol. Pienso. El río siempre muta pero siempre es el mismo, siempre es el mismo río. No dejo lo que dejo, las mismas curvas, los mismos sauces. Todo morirá, el río no.

Un momento inaugural, un "rapto", un nuevo cauce que se forma, imparable. Lo repito: imparable en su camino al mar, idéntico a sí mismo.

Y me voy, siempre me estoy yendo, "no hay lugar al que no me esté yendo", no hay irse que no vuelva inexorablemente a mí que hablo repitiéndote, como la Luna multiplicada mil veces en el agua, en todas las aguas de la noche.-



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