domingo, 26 de enero de 2014

Ciudades V: Vientiane, Laos


-Fragmentos de cuaderno de viaje, República Democrática Popular Lao, enero 2013-

Si Cristo volviera, si al Buda Maitreya se le ocurriese aparecer o a Mahoma bajar de los cielos de una vez por todas, tendrían que venir a Vientiane. Vos también Zaratustra, si se te diera por mezclarte otra vez entre las gentes y predicar bailando para que nadie te escuche en una plaza pública, tu plaza estaría en Vientiane.
Sol. Vientiane es una ciudad de primavera, de clima agradable en el más amplio sentido del término. Sonríen, los laosianos sonríen y son sinceramente amables o no lo son en absoluto. El país es un comunismo de cartel, con empresas privadas y en pleno proceso de occidentalización. Pero, a diferencia de Bangkok, Vientiane sigue siendo profundamente 'oriental' (a mis ojos occidentales).
Durante la guerra de Vietnam, una parte del país fue invadida por el Viet Cong para establecer la ruta de suministros de Ho Chi Minh. Los americanos, ansiosos por cortar esa ruta e impedir que el comunismo se propagara por Laos, inició una de las masacres más grandes y menos conocidas de la historia moderna, bombardeando masivamente Laos con la cantidad de media tonelada de explosivos por habitante. Nada en pie, al paso arrasador de los B-52 por sobre el cielo nocturno. Sombras.
Esta gente, pacífica y tranquila, lleva en la sangre la marca de las peores atrocidades  del hombre. Primero los franceses, después los estadounidenses, ahora las corporaciones y el turismo. Sin embargo... Sol. El Mekong todavía brilla bajo la misma luz, poco más o poco menos contaminación. Menos balas para los que quieren cruzar el río. Las mujeres son hermosas, y mucho más cuando sonríen. En general me hacen acordar a vos; son morochas y flacas pero de piernas firmes y pies grandes.

Hoy fui a que me hicieran un masaje. Me atendió una laosiana de no más de veinte años, pero es difícil decir con esta gente que siempre parecen tan jóvenes. Preciosa, tranquila pero no tanto. Hablaba el conjunto de palabras en inglés necesario para su trabajo: hello, down, please, no english, tip, sixty thousand... Primero me hizo poner los pies en una especie de palangana con un líquido tibio en el que flotaban una suerte de hierbas, después me hizo subir al primer piso donde había una serie de camillas detrás de una cortina. Me dio una camisa amplia y un pantaloncito y me indicó que me cambiara. Ella, mientras tanto, tomaba una sopita detrás de la cortina que dejó lo suficientemente entreabierta como para verme y reírse con otras dos masajistas. Cuando estuve listo le avisé y me señaló que esperara, en orden para que ella terminara su cena, supongo. Al cabo de un minuto entró e inmediatamente tomó control de mi cuerpo. Acomodó la almohada, mi cabeza, mis piernas y se paró, dominante, al pie de la camilla. Mantuvimos una pequeña conversación asistida por señas en la que entendí que se llamaba No-An y ella fingió entender que me llamaba Mateo y era de Argentina. Se reía un poco y se volvía infinitamente más linda, pero durante el proceso del masaje se mantuvo seria y solo sonreía para dirigirse a mí y hacerme entender algo.
Tomó control de mi pierna izquierda, se subió a la camilla y ejerció presión desde mi ingle hasta la punta de mis pies. No hay nada de sexual, creo yo, en el masaje thai (laosiano en este caso), pero tengo que admitir que sí hay cierto dejo de erotismo: un contacto de mi pie con su muslo, un pequeño roce de los dedos, una gentileza creciente en ciertas partes del cuerpo. Pero yo soy la pasividad, el dominado, no me hubiera animado a mover un solo dedo sin su consentimiento. Discreción es belleza. Lo erótico se separa de lo pornográfico porque en lo erótico nada se muestra, sino que se esconde, el secreto y la sugerencia. Una bellísima mujer oriental estaba encima mío manipulándome el cuerpo con la pericia del técnico y la sensibilidad del artista. Quien no tenga ningún pecado que arroje la primera piedra, y así y todo... Discreción.
Luego de un buen rato ejerciendo sistemáticas presiones, se arrodilló al frente, levantó mi pierna, la flexionó, la relajó y, presionando al mismo tiempo mi hombro, la dobló para que mi columna rotara, como si yo fuera un trapo que se estruje para eliminar la humedad sobrante; todas mis vértebras crujieron al unísono. El proceso entero se repitió de mi lado derecho, y el resonar de las vértebras se repitió, también, como si nada... Después se paró atrás de mi cabeza y la cubrió con un paño tibio, con el que me limpió gentilmente la cara, presionando puntos específicos, quitó el paño y masajeó metódicamente.
La expresión de la laosiana continuaba siendo de una seriedad implacable, con los ojos delineados de manera tal que la hacían parecer todavía más perversa. Si yo abría los ojos me miraba de costado, como reprobándome, por lo que no podía mirarla más de unos segundos sin que sintiera la necesidad de cerrar los ojos de nuevo. Pero cada vez que intentaba comunicarse conmigo era como un regalo, mostraba sus dientes blancos y perfectos y la expresión de su cara era toda gentileza.
Lo más fuerte del masaje vino cuando me hizo poner boca abajo, montó encima mío y presionó con fuerza puntos del cuerpo que le pertenecía, y estiró los músculos e hizo sonar y crujir vértebras por doquier. Yo me quejaba, si, pero todo dolor tenía su cuota de placer. Se paró sobre mis pantorrillas y trabó mis gemelos con los suyos en una posición que me cuesta explicar, tomando mis brazos y estirando, arqueando mi cuerpo y formando casi un círculo conmigo... La mujercita laosiana, parada sobre mi espalda, haciendo que con mis manos tocara mis pies. Señores, bienvenidos al sudeste asiático.
Masajeó mis manos haciendo chasquear mis dedos de una manera rarísima. El contacto con su mano, delicado y amoroso, familiar, como de una novia de adolescente. Sus manos tibias, pequeñas y suaves. Pensé tontamente, en ese momento, que al irme la iba a extrañar.
Al terminar decidí darle propina y, confundido, casi le doy un billete de veinte mil kips que, ante el error, rápidamente cambié por uno de dos mil, por lo que ella frunció el ceño y balbuceó algo en laosiano, probablemente algún insulto. Yo la miré de frente, un poco riéndome y en perfecto español rioplatense le dije: "No entiendo un carajo de lo que decís. El masaje estuvo buenísimo, eso no significa que te vaya a dar veinte mil de propina". Ella sonrió también, y estaba tan linda que de haber hablado suficiente laosiano le hubiese ofrecido escaparnos juntos a vivir de cultivar la tierra y pescar en el Mekong. Supongo que mi cerebro estaba bajo los efectos de esas hierbas raras para los pies.

Cuando salí del local empecé a caminar, estaba relajado y lleno de energía, me sentía capaz de correr un maratón. Fuimos con mi viejo a comer pescado y recorrer unos mercados a la costanera. Todo era rico, delicioso, el contacto con el aire fresco se sentía como caricia. De un buen humor poco usual en mí, le dije a mi viejo que me quedaría para siempre en Vientiane, y era cierto.


La bandera de Laos ondeaba junto a la del partido comunista, el Mekong corría en agua, peces y sangre. Alguien vendía por ahí botellas de licor con cobras adentro. Una chica simpática me ofreció sus pinturas delicadas: unas con la cara del Buda, escenas cotidianas de los campesinos, una silueta de un árbol plateado sobre fondo bordó... Camino al hotel unos taxistas nos hacen la típica pregunta: "¿ladys?". Yo le digo a mi viejo: "mirá negro, acá también, como en Bangkok". Sombras. El eco de un B-52 apaga la noche. Me recuerdo: la vida y la muerte no son dos cosas diferentes, son diferentes estados de una misma cosa. Veo un bar lleno de gringos, la cosa está empezando, pronto serán hordas y habrá en Vientane más putas que masajistas o serán lo mismo, y lo pornográfico le ganará a lo erótico y el mundo perderá el misterio. El Google Earth transforma cualquier paraíso en una gorda mostrando las tetas... Por suerte para mí, todavía quedan masajistas que no hablan inglés y ciudades con secretos y maneras de mirar el mundo que lo hacen misterioso y ajeno, como una noche clara en un país oscuro.


Lo extraño: cuando tenía que masajearme la espalda le pregunté si me sacaba la parte de arriba y no, me reprobó con un gesto. Lo atribuí a una falta de decoro de mi parte o a cierto pudor oriental. Sin embargo, cuando el masaje terminó y ella salió del cubículo cerrando la cortina y haciendo señas para que me cambie, esperó a que estuviera completamente desnudo y volvió a entrar, como si nada, para acomodar innecesariamente la camilla. Tenía una media sonrisa de malicia. Yo fingí desinterés y seguí cambiándome mientras ella me miraba, ya no como un objeto a ser masajeado, sino como un ser humano completamente desnudo. Un secreto sin palabras y sin traducciones posibles. Vientiane es bella y discreta como un secreto silencioso. Yo soy un hombre desnudo.


Otras cosas: caminamos, caminamos muchísimo. Asistimos por casualidad a la ceremonia de iniciación de unos monjes, cuando les dieron los hábitos. Una galería de arte que atendía una estudiante con quien conversé largo y tendido en inglés. Un parque a las afueras llena de estatuas de concreto del Buda, turístico e innecesario. Un mercado popular donde eramos los únicos extranjeros, por fin. Nos echaron de la calle de la embajada yanqui. Cosas, anécdotas, no sé. No tengo ganas de escribir. Sol y sombras, Sol y sombras por todos lados.

5 comentarios:

  1. ¡Muy bueno! Dan ganas de unos masajes de esos. Y es prácticamente un cuento. ¡Me encantó!

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  2. Respecto a Erich von Däniken, pronto viene la parte en que un OVNI se lleva a Elías.

    Obviamente, Jehová quiere tanto a David porque fue uno de los reyes que mató más gente de otros pueblos para expandir el territorio de Israel.

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  3. Jajaja. Es verdad. Calculo que hubieran quedado todos carbonizados, incluido Elías. Yo me inclino por la teoría de la sustancia química y ciertos dotes de prestidigitador.

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  4. mateo, no te cojas a la novia. eso sería maldad.

    a la tía si, siempre y cuando no esté vestida de violeta y no tenga bigotes.

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  5. mucha negación en una misma oración, eso habla de mis problemas en general.

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